Las Palmas de Gran Canaria, a XX de noviembre de 2023
Querida Ana:
Qué inmensa alegría volver a saber de ti, me ha encantado tu forma de describir la lluvia, tocando en tus cristales, a modo de las muestras de cariño que te envío.
Me alegra saber también que por fin te has enamorado. Creía que habías decidido tomar los hábitos. Es muy duro volver a confiar en alguien después del palo que te llevaste con Juanjo, pero te diré que no ha cambiado. Para otros ojos puede pasar desapercibido, pero para nosotras que conocemos su juego, no. Hace dos semanas le vi en el cine, con su novia nueva, alta, guapa, rubia, muy alegre; seguro que es una mujer fenomenal. Dos filas más atrás estaba sentada ella, la voz de grajo, como siempre. Siempre que coinciden en algún lugar se sientan cerca, no es casualidad, es causalidad, tal y como hemos hablado muchas veces. Debe ser que le da morbo tener a la amante cerca mientras está con la novia; no lo entiendo, la novia guapísima y la zorra esa es fea por dentro y fea por fuera. Fuiste tú quien se dio cuenta, en la pandemia, donde se reservaban los asientos de antemano, siempre estaba uno unas pocas filas detrás del otro, y siguen haciendo lo mismo, y no les da vergüenza. ¡De menudo “trío” te libraste! Y él, creyendo ser el jovencito que liga con todas, ¡menudo manipulador!
A mí me da risa, seguro que le cuelga el pellejo, “todo” el pellejo, y se cree un dandi de la seducción.
Te vuelvo a dar la enhorabuena por lo valiente que fuiste dejando a ese esperpento, que se hace llamar “caballero”, fuera de tu corazón.
No sé si estas Navidades podré ir a visitarte, y de paso conozco a Paul. Por cierto, es muy guapo, y de tu edad. Ahora estarías “acompañando” a un viejo, veinte años mayor que tú, y perdiendo esa vida maravillosa que estás disfrutando.
Hasta la próxima carta, tu amiga,
Irene Bulio
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