Era una noche de luna llena y decidimos hacer senderismo por los barrancos cerca de Candelaria. Habíamos oído hablar de un secreto ancestral que pocos conocían, solo los más viejos del lugar, y que ocurría una noche como hoy, desde tiempo inmemorial.
Dejamos atrás el centro de la villa y nos adentramos hacia las medianías. Lo habíamos preparado hacía tiempo y sabíamos dónde debíamos escondernos a esperar, en silencio. En medio de la sequedad de los barrancos y la ladera del volcán, un grupo de brujas se iba a reunir para celebrar un misterioso aquelarre: el baile del gorgojo.
Agazapados tras unos verodes, vimos cómo iban apareciendo personas que procedían de diversos caminos hasta reunirse en un claro del barranco. Para nuestra sorpresa, había hombres también. A medida que avanzaba la tarde e iba oscureciendo, el ulular del viento y el susurro de las hojas se fusionaban con risas y cánticos. En un momento determinado, se oyó un fuerte y agudo chillido que nos sobresaltó. Coincidió con la desaparición del último rayo de sol. Todas las personas allí reunidas empezaron a moverse con lentitud, parecía como si fuesen a bailar una danza mágica y esotérica alrededor de una gran hoguera.
Al principio, los integrantes del grupo estaban en cuclillas y dando saltos. Sus cuerpos se movían al ritmo de una música que solo ellos podían escuchar, una melodía ancestral que los conectaba con un mundo espiritual. Cada movimiento de sus manos y pies parecía tener un propósito: invocar la magia de la tierra y del cielo alrededor de un caldero que burbujeaba en el centro de la ceremonia.
Según mi acompañante, el baile del gorgojo es una pieza musical datada a partir del siglo XVII en algunas áreas de Tenerife, Gran Canaria, La Palma y Fuerteventura. Se la considera una danza ocultista relacionada con prácticas brujeriles, y con un claro carácter sexual. Un baile que solo se danza de noche y en lugares apartados.
Las estrellas en el cielo empezaron a centellear con una intensidad especial a medida que avanzaba la noche. Un contraste difícil de explicar en una noche de luna llena. La música y los cánticos iban acelerándose al mismo ritmo que los movimientos de los danzantes. En el momento de mayor apoteosis, los hombres y mujeres tropezaban entre sí. Ellas agarraban y torcían con una mano las dos puntas de la falda entre las piernas, para darle forma de pantalón, y se disponían en fila en cuclillas frente a otra hilera de hombres en igual posición. Todos con las manos en las corvas y dando brincos para seducirse mutuamente hasta las primeras luces del alba, cuando la luna cedía su lugar al sol. Ellos, en su frenesí bailador, llegaban a soltar las faldas de las mujeres, e incluso alguno de los danzantes aparecía desnudo o semidesnudo.
En un momento determinado, parecieron despertar. Recogieron y comenzaron a dispersarse en silencio, regresando a sus vidas cotidianas como si nunca hubieran estado allí. Solo unos pocos, que habían sido iniciados en sus secretos, sabían de la magia que se escondía tras el baile del gorgojo, una danza donde las brujas y los brujos, guardianes de un legado milenario en esta misteriosa zona canaria, bailan en armonía con la naturaleza y el cosmos.