Emigrante

Aquella tarde, haciendo yo una tarea, ésta me llevó hasta un diccionario de sinónimos donde leí: «EMIGRANTE: expatriado, colono, poblador, trabajador desplazado…»

Mi querido diccionario, yo te voy a contar más.

Hay veces que es como un sueño, partir lleno de esperanzas hacia un porvenir mejor, a oportunidades nuevas y promesas halagüeñas, que nos ofrecen otra vida menos dura. Pero yo te voy a decir más. Y no es que te contradiga, ¡válgame el cielo! Es que te voy a contar, un poquito nada más, de esas almas que se van de su terruño: dolor, lágrimas, desazón, pena por no poderse quedar.

Emigrar. Pronuncias la palabra y algo se contrae en tu interior, y la tripa se enguruña como decía mi abuela. Entonces entiendes qué era eso de enguruñar. Porque emigrar no es solo irse, es marchar pero quedarse, decir adiós con palabras y hasta pronto con el alma.

¡Qué no! Que no se van de su tierra. Que se la llevan consigo: la huerta que se secó, los frutales que dan poco, sus tristezas y alegrías, su casita a medio hacer, esos montes y esas playas, y sobre todo los amores y el acento.

¡Qué no! Que en el fondo se los lleva apretados en un puño, en un solo corazón que acompasa sus latidos con el vibrar de las cuerdas de aquella vieja guitarra, la que les dejó su padre, que también se fue. Y como él les dirá cuando le salga su acento:

«Ésta es mi forma de hablar, así decimos allí; porque es que yo soy de allá, y allá sigue mi mitad, aunque mis cholas gastadas, estén dejando huellas aquí».