AMORES IMPOSIBLES EN CANARIAS

Desde mi balcón, leo las encuestas según las cuales Canarias encabeza el ranking de divorcios de España. No sé si se debe a ese cúmulo de leyendas de amores imposibles que sobrevuela la historia de las islas.

Una de las más populares tuvo lugar en La Gomera. Allí, Gara, princesa de Agulo, conoció a Jonay, hijo del Mencey de Adeje, en Tenerife. Bastó una mirada entre ellos para que el amor surgiese. En cuanto se supo, dicen que el Teide o Echeyde (infierno) escupió lava y fuego avisando de un amor imposible. A partir de aquí, la narración varía según la fuente que la cuente. Sin embargo, en lo único que coinciden es en el final: ambos enamorados acabaron suicidándose para sellar su unión eterna.

En Lanzarote, por otro lado, cuenta la leyenda que en Timanfaya vivían Aloe y Vera. Cuando se estaban casando, una erupción volcánica expulsó una gran roca que cayó sobre Vera. Aloe la levantó para intentar salvarla; los asistentes, al verle, comentaron «¡pobre diablo!». De ahí la leyenda del diablo de Timanfaya y el nacimiento de la planta de aloe vera que brotó de la sangre derramada por ella.

Si nos vamos a La Palma, conoceremos la leyenda de una joven que un domingo, a la salida de misa, se acercó al pastor que estaba enamorado de ella y le prometió que sería suya si era capaz de dar tres vueltas sobre el precipicio de La Galga, mientras apoyaba sus manos en una larga lanza. En la primera vuelta, gritó “En el nombre de Dios”, y volvió a pisar tierra. Durante el segundo salto, dijo “En el nombre de la Virgen”, y todo salió bien. La tercera vez, exclamó “En el nombre de mi dama”, con tan mala suerte que cayó al vacío y ella enloqueció.

Además, también existe la leyenda de la violeta de las Cumbres. Es la historia de dos jóvenes que se amaban y vivían un amor prohibido. Tenían encuentros secretos, pero un día, el diablo, celoso de ese amor, levantó una gran roca entre ellos. El joven, desesperado, escaló la pared para pasar al otro lado, pero cayó al abismo y murió. Poco después, en la cima de esa cumbre, se halló el cuerpo de una joven cubierto de escarcha. Se dice que es la enamorada que buscaba a su amado en la cumbre.

La isla de Fuerteventura tampoco escapa a su destino. Don Pedro Fernández de Saavedra era conocido como seductor de chicas jóvenes indígenas. Al poco tiempo, se casó con una ‘blanca’ con la que tuvo 14 hijos. Uno de ellos, Luis Fernández de Herrera, intentó violar a una indígena durante una cacería organizada por su padre. Un agricultor corrió a salvar la vida de la joven, pero, Don Pedro, que también se acercó, mató al campesino para salvar a su hijo. En ese instante apareció Laurinaga, la madre del joven asesinado, y le dijo a Don Pedro que acababa de matar a su propio hijo. Le maldijo a él y a sus propiedades. A partir de ese momento, sobre las tierras de Fuerteventura, empezaron a soplar los ardientes vientos del Sahara, marchitando todas las flores y convirtiendo la isla en un desierto.

Llegamos a Tenerife, al menceyato de Ycoden, donde vivía la joven Amarca. Un día recibió tantos piropos por parte de Belicar, el último Mencey de Icod, que el pastor Garigaiga se enamoró de ella. Parece ser que fue la única mujer que le rechazó, y por ello, el pastor acabó suicidándose. Las mujeres la culparon y, agobiada por el remordimiento, también se quitó la vida.

En esta misma isla, en el Macizo de Anaga, se erige una formación rocosa partida en dos en su cúspide: el Roque Dos Hermanos. Se cuenta que dos enamorados se enteraron de que eran hermanos. Al no soportar vivir separados, pusieron fin a sus vidas lanzándose desde la escarpada montaña.

Acabaremos en la isla de El Hierro, donde se narra la existencia de un enorme árbol, llamado "Garoé", de cuyas ramas caía el agua que abastecía a los aborígenes. Cuando los españoles invadieron la isla, los herreños lo ocultaron junto a su secreto. Tenían la convicción de que la sed les obligaría a marcharse. En aquellos tiempos reinaba en la isla un bimbache llamado Armiche. El castellano Bethencourt convenció al rey para que se rindiera y se sometiera al conquistador. Sin embargo, otros herreños dirigidos por Erese y Tenesedra no aceptaron la rendición y ocultaron el Garoé. Las gentes de Erese, entre las que se encontraba una mujer muy bella, Arafa, se negaron a rendir pleitesía a Bethencourt y acordaron mantener en secreto la localización del árbol, bajo pena de muerte. Una de estas expediciones encontró un día a Arafa que acabó locamente enamorada de uno de los soldados y reveló el secreto que juró guardar para que no marchase su amado. De esta manera, los invasores pudieron saciar su sed. Ella fue ejecutada por traidora. Él ganó una medalla.

Afortunadamente, todo son leyendas, y las leyendas solo transmiten, de forma oral, hechos fabulados adornados con elementos del folclore que se alejan de la realidad de las islas afortunadas.

© José L. Regojo

Desde mi balcón - JOSE LUIS REGOJO

El rincón de Tehonón - Félix Díaz

Contando canciones - MATALE AROZENA

LETRAS CANARIAS

Miscelánea tradicional - MOISÉS RODRÍGUEZ

Amar el amor - LANGE AGUIAR

Memorias con historia - GLORIA LÓPEZ

Hablando de amigos… - LUIS ALBERTO SERRANO

FRASES Y REFLEXIONES PARA AYER, HOY Y MAÑANA - ALBERTINE DE ORLEANS

Volando con las palabras - Cristina García

Mi cuaderno de danzas - ISA HERNÁNDEZ

El legado de los abuelos - TOÑI ALONSO

Palabras del alma - BALBINA RIVERO

Retratos de nuestros paisanos - JOSÉ LANTIGUA

Sección infantil: Arcoiris de cuentos - TANIA RAMOS

La magia del teatro - INA MOLINA

Tradiciones - ISABEL GONZÁLEZ

Bajo un nudo en la garganta - ANA GUACIMARA HERNÁNDEZ

Viajando por los versos - ROSA GALDONA