Se me caen las letras de las manos; entre los dedos se van yendo, incapaces de recomponerse formando algo que no sea la nada. Tan solo la música las hace bailar buscando compañía. Se acarician y juegan agrupándose y gritando en silencio lo que no pueden decir en solitario. Así las canciones que llegan a mis oídos también me inundan y mis palabras y yo vamos construyendo un mundo de sueños, amor, tristeza y tantas cosas que van naciendo de esta fructífera unión. Ellas buscan y encuentran motivos que me hacen sonreír, suspirar, embelesarme y a veces llorar. Palabras cargadas de estímulos que son como un hilo que, al tirar de él, desenredan sentimientos y recuerdos dormidos en algún rincón del alma.
Así surgen aquellas pequeñas cosas que forman un mundo, el mío, y que si bien son pinceladas, forman un cuadro lleno de vida y color.
La copa de vino tallada de mi abuela al lado de su libro de poemas, la mano tibia y suave de mi madre, su caja de botones junto a la de sus muestras de crochet, la sonrisa franca de mi padre, una estilográfica sobre la mesa, las risas de mis hermanos, la guitarra antigua en el rincón, un libro de recetas de cocina, la gaveta de los cubiertos en orden extremadamente perfecto, casi dispuestos para desfilar, el olor a pan recién horneado, a natillas, a torrijas, un pétalo de pensamiento entre las hojas de un libro, un mensaje amoroso escrito apresuradamente en una servilleta de papel.
“Recordar es volver a vivir” así nos decía mi madre en sus momentos más nostálgicos, seguramente ante algo que hizo salir vivencias de su baúl, de los recuerdos.
Escribiendo mientras suena la música y la tierna voz de Serrat, recuerdo que cuando mi casa familiar quedó vacía de vida por la partida de mi madre, pues mi padre nos había dejado unos años antes, un día sentí la necesidad de visitarla a solas, quizás buscando su presencia o, tal vez, para ser consciente de su ausencia.
No sé por qué me dirigí al cuarto del fondo, que llamábamos de los trastos y después de mirar varias cajas que allí había, fui directa a una caja vieja que tenía en su tapa una etiqueta con un nombre y una dirección. Era nuestra “cartona”. Así llamamos por esta tierra a las cajas que las familias se enviaban llevando en su interior productos necesarios o también difíciles de conseguir, desde ropa, alimentos, artículos de aseo, libros… Siempre, envolviéndolas a todas, iba el calor del hogar y en ellas se presentían los besos y los abrazos de los nuestros. Cuando llegaba “la cartona” llegaba toda la familia en ella.
Así es como una cartona forma parte de mi vida y de mis pequeñas cosas. Por esta ventana de cartón obtuve un billete de vuelta a un paisaje de otros tiempos.
Esta preciosa y corta canción, que dice tanto, fue compuesta por Joan Manuel Serrat, formando parte de su disco “ Mediterráneo” que salió a la luz en 1971. Adjunto vídeo musical con la misma.
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