“La relación entre erotismo y poesía es tan íntima que puede decirse, sin afectación, que el primero es una poética corporal y que la segunda, es una erótica verbal. Ambos están constituidos por una oposición complementaria. El lenguaje- sonido que emite sentidos, trazo material que emite ideas incorpóreas- es capaz de dar nombre a lo más fugitivo y evanescente: la sensación; a su vez el erotismo no es mera sexualidad animal: es ceremonia, representación. El erotismo es sexualidad transfigurada, metáfora”[1].
Estas palabras del escritor mexicano Octavio Paz nos vienen a poner sobre la mesa una realidad que muchas veces no advertimos: la sensualidad de la palabra es infinita. Así como las palabras coquetean y escenifican un baile seductor nuevo cada vez que juegan a ser poesía, de la misma manera los cuerpos flirtean y se cortejan mediante el baile del erotismo. Poesía y erotismo son dos herramientas que, combinadas, pueden hacer del hombre y de la mujer unos seres capaces de tocar lo inmaterial entre beso y verso.
Decía la poeta norteamericana Silvia Plath:
Cierro los ojos y el mundo muere;
Levanto los párpados y nace todo nuevamente.
(Creo que te inventé en mi mente).
Las estrellas salen valseando en azul y rojo,
Sin sentir galopa la negrura:
Cierro los ojos y el mundo muere.
Soñé que me hechizabas en la cama
Cantabas el sonido de la luna, me besabas locamente.
(Creo que te inventé en mi mente).
Dios cae del cielo, las llamas del infierno se debilitan:
Escapan serafines y soldados de Satán:
Cierro los ojos y el mundo muere.
Imaginé que volverías como dijiste,
Pero crecí y olvidé tu nombre.
(Creo que te inventé en mi mente).
Debí haber amado al pájaro de trueno, no a ti;
Al menos cuando la primavera llega ruge nuevamente.
Cierro los ojos y el mundo muere.
(Creo que te inventé en mi mente)[2].
El erotismo en la escritura es tan antiguo como la propia literatura. Porque el ser humano es ser social desde su origen. Y es ser amante y galanteador también desde su esencia. Los primeros textos de literatura erótica se remontan a la antigua Grecia, en torno al 400 a. C. donde el amor al placer por lo estético era puramente hedonista. En una cultura así, el erotismo llenó la vida cotidiana de vasijas y otros objetos decorativos con diversos motivos sexuales. En otras ocasiones, el erotismo literario se asoció a la sátira y la crítica social. El libro Los diálogos de las cortesanas, por ejemplo, se atribuye al escritor griego Luciano (S. II) y está considerado el libro pornográfico más antiguo. Es curioso resaltar que fue precisamente Luciano quien empleó por primera vez el término lesbianismo para referirse a la homosexualidad femenina, realidad que se mantenía camuflada o ignorada, puesto que las mujeres se consideraban seres inferiores, tanto en sí mismas como en lo concerniente a nombrarlas.
La poesía amatoria la encontramos en Grecia con Píndaro, Marco Argentario, Safo, Anacreonte o el propio Sócrates, quien recita a su amante: “Mientras besaba a Agatón mi alma inflamó mis labios/ ahí se detuvo, doliente, habiendo querido saltar a él[3].
En el sigo IV llegó el Kamasutra, considerado el más universal de los manuales sobre sexualidad. Escrito por Vatsiaiana Mallanaga como un texto religioso dirigido al pueblo de la India, la obra es un tratado de usos y consejos de las artes eróticas, que van desde la sensualidad más sutil a la más gráfica reproducción de posturas para el acto sexual.
Desde entonces, todas las épocas literarias han tenido su capítulo amatorio-erótico, aunque ha de decirse que la Edad Media no propició mucho el género, (el Libro de buen amor, del Arcipreste de Hita en el siglo XIV, fue un buen ejemplo excepcional de cómo hasta el clero añoraba los sentires y placeres del cuerpo en aquellos siglos oscuros previos al Renacimiento). Otro ejemplo de esto lo constituye la misa conocida como Risus Paschalis en la que se celebraba la alegría de la Pascua frente a la tristeza de la Cuaresma, ensalzando a través de la burla el triunfo de Cristo sobre la muerte. El sacerdote debía provocar la risa en el pueblo durante la misa de la mañana de Pascua. Para conseguirlo utilizaba los medios que tenía a su alcance, pero sobre todo un buen puñado de recursos cargados de contenido sexual. Contaba chistes picantes, usaba expresiones eróticas, utilizaba marionetas, hacía gestos obscenos, simulaba relaciones sexuales y hasta enseñaba los genitales para arrancar las carcajadas de sus fieles. El pueblo reía las gracias, se contagiaba de la alegría y alimentaba con nuevas bromas y burlas la celebración de la Pascua[4].
La tradición nació en Francia durante el siglo IX, se extendió por todo el norte de Europa, Italia y España. Sin embargo, donde realmente caló esta celebración fue en Baviera. Se cuenta que allí la Risus Paschalis rozó el desenfreno total y que incluso varios actos sexuales explícitos se celebraron dentro del templo.
Pero es en los siglos XVI y XVII cuando el erotismo eclosiona. Y lo hace de una manera total: con un lenguaje muy elaborado y que apela en todo momento a la sensualidad, uniendo el placer sexual con la exploración del cuerpo desde las distintas formas de entender la sexualidad y sin evitar, siquiera, la trasgresión moral ni la ruptura de tabúes (Garcilaso, Quevedo, Dante, Petrarca…). Y ya no para hasta la actualidad.
Blas de Otero, José Agustín Goytisolo, Gioconda Belli, García Lorca, Cristina Peri Rossi, Paul Verlaine, Charles Baudelaire, Alejandra Pizarnik, César Vallejo… son tantos los nombres en los que el erotismo se hace poesía que, como diría Cortázar, “me tienes la ortografía llena de puntos suspensivos":
Un alevoso seno picassiano baila
ex tempore celebrando banquetes de impudor.
Se entrona libidinosamente
entre babas y excesos.
Enajena la prudencia y
en carne viva
la acribilla.
Muere la mesura asfixiada entre lentejuelas
consexuadas y jadeos de saxofón de raso.
Un alucinógeno oleaje de cópulas eufóricas
traza círculos orgásmicos en aquelarres sinuosos
de manos, muslos y sudor.
El pezón sigue erecto tras el pitillo.
Las sábanas son sabanas de delirio
entre signos de exclamación desmadejados.
©Rosa Galdona.
La gramática del deseo no tiene verbos,
ni nombres ni adverbios,
solo tiene tu sinuosidad lasciva sosteniendo
erecta mi ortografía (des)perfecta y hambrienta.
©Rosa Galdona.
La conjugación de tus muslos y mis entrañas
comulga
en el sacrilegio concupiscente
de un cosmos de simas.
©Rosa Galdona.
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[1] Octavio Paz, La llama doble.
[2] Canción de amor de la joven loca, de Sylvia Plat.
[3] Platón [429- 347 a.C. Discípulo de Sócrates y fundador de la Academia]
[4] Enrique Martínez-Salanova Sánchez, Erotismo en el arte del Renacimiento.