Consuelo Rodríguez Rodríguez
La Palma
A veces mueren mariposas atadas a un hilo
desesperadas por conocer un almanaque más pequeño,
o de menos espacio
y mucho viendo huracanado
que rompa los índices agotados
de unas manos que estallan alaridos en sus rayas
que las cruzan.
No por eso inclina el día sus paraguas ni pospone interpretes
a la risa, pues no hay lugar para otra cosa
que rendirse al llanto
que nace en las pupilas de unos ojos hambrientos
por conocer la causa.
La causa será que te diré mil veces al oído, lámparas
que no se apagan.
Retornaré contigo a la antigua casa
pisando las baldosas que hizo el miedo en los dibujos.
Quedarás como siempre en los últimos rincones del alma
llenándolos todos.
Cruzaré la esquina y te diré adiós,
sin esperarte entre los sauces aquellos del parque,
conocerás la historia de mi vida,
los sepulcros que me invaden cada día
las olvidadizas fuentes que desgranan el agua,
del líquido puro que las sacia.
Encontrarás el camino perfecto
y hondamente angosto así mismo
por las ondulaciones de la vida perfecta, imperfecta.
Y cuando yo vuelva a ti seré la náufraga
que anuncia el vuelo de la esperanza
dormida en el arrastre de las olas, viva.
Y serán entonces los cuentos leídos
y escritos
a media mañana cuando el sol salga al zenit
que lo hace más grande.
Y como siempre tomaré tu mano
y veré los cauces del cansancio
en tus venas perfectas y azules
me imaginaré en el polvo rojo de la carretera
y entre blancos nardos
acusaré la forma de tenerte en el delirio de tu ternura,
plácida como una nube blanca y extensa.
Te pediré que al mirarme no me confundas
con muchachos en las norias
y las ferias
pues rondan en mi cabeza tropiezos
y escuálidos ojos de temprana mirada
que pronuncian algo.