GUADALUPE NIEBLA CHINEA

GUADALUPE NIEBLA CHINEA

LAS LOCERAS DE EL CERCADO.

Lupe, Lupe, Guadalupe,
alfarera de Chipude,
canta el gánigo de barro,
el barro es pa' quien lo sude.
Desde el mar a la montaña
silba el silbo penitente,
Lupe, Lupe, Guadalupe,
y es que el silbo nunca miente.

Dice el dicho que es redicho,
que el cavar en los helechos
y moldear con el barro
son los peores oficios.

Del helecho mueles gofio,
en tiempos de vacas flacas
y con tu manos al barro,
cuatro tostones le sacas.

Quieres mucho al carabucho,
donde ordeñas el ganado,
leche blanca, con el prado
que es también vientre amasado.

Tallas gánigos y cestos,
braseros, escurridores,
Lupe, Lupe, Guadalupe,
ya vendrán tiempos mejores.[1]


[1] Copla popular dedicada a la locera Guadalupe Niebla Chinea.

La tradición alfarera en nuestras islas tiene una importancia indiscutible. Trabajar el barro para construir utensilios básicos para la vida cotidiana parece antojarse como una necesidad en la vida de nuestros antepasados, que aún pervive vagamente y que conservamos con la alegría de mantener viva una tradición que esculpe nuestra idiosincrasia. En la isla de La Gomera, pervive una de las agrupaciones de mujeres alfareras de mayor renombre en nuestro archipiélago. Se le conoce como las Loceras de El Cercado, y reúne a un grupo de artesanas del barro que mantienen vivo el latir a esta profesión. El Cercado, identificado con la voz guanche chipude, es un barrio anexo al municipio gomero de Vallehermoso, donde sobrevive el más importante foco alfarero precolombino de la isla.

Guerrero Martín, en su visita a Chipude a finales de la década de 1980, censó quince loceras: Guadalupe Niebla Chinea, Rufina González Niebla, Marcela Ramos Negrín, Vicenta Barrera Vera, Guadalupe Barrera Barrera, Isabel González Torres, Paula Navarro Navarro, Guadalupe González Chinea, María y Eleuteria Negrín Barrera, Candelaria, Carmen y Delia Niebla Negrín, y Carmen Rosa Negrín Barrera[1]. Por su parte, la historiadora Natacha Seseña citaba en 1997 como extinguidos otros seis núcleos en la misma isla: Alajeró, Arure, Benchijigua, El Gato, Erque y La Fortaleza[2].

El trabajo del alfarero en La Gomera se parece mucho al de otras islas. Ello se ve, por ejemplo, en el uso de endemismos comunes, como denominar masapé al barro. Pero veamos el procedimiento:

A) El material utilizado

Son básicamente la pasta propiamente dicha y el desgrasante. La pasta es una mezcla de elementos plásticos, generalmente hidrófilos y arcillosos. El desgrasante es una materia poco hidratable. Su cometido es proporcionar una mejor cohesión a la pasta durante la cocción y evitar el agrietamiento. El barro de El Cercado es del tipo ferruginoso, lo extraen los hombres en Temocodá y Corre Hondo. El lugar de extracción se denomina Barrero. El barro es sacado con picos. Una vez en el taller se pone a secar tal como resulta de la extracción, luego se «maja» y se cierne, depositándolo finalmente en la barrera o el goro, en un rincón de la habitación-taller. El barro no se pisa, como ocurre en otros  centros alfareros, sino que es «sobado» o amasado con las manos y mezclado con desgrasante ola arena. No se usa arena, sino una tosca negruzca que extraen de La Soma de Guadá. En el taller se maja con una piedra (la misma que se utiliza para el barro), siendo posteriormente cernida hasta lograr una mezcla homogénea. Este almagre no hay que someterlo a los procesos de secado, majado y molido que son frecuentes en otros centros alfareros; el almagre que utilizan las alfareras de El Cercado se mezcla directamente con agua tal como se extrae.

B) La fabricación

La alfarera trabaja de rodillas, directamente sobre el suelo sobre el que soba el barro y levanta la pieza. El procedimiento utilizado es el mismo que en los otros centros alfareros del Archipiélago. La alfarera toma un trozo de barro entre sus manos al que le da forma de bola, que luego ahueca por el centro por el puño. Sobre esta base irá superponiendo pequeños rollos de barro que seguidamente se aplastan los unos contra los otros. La alfarera utiliza callaos de playa y barranco para estirar el barro y con un trozo de aro de barrica rasca o desbasta la pieza. Pasado un día, se alisa de nuevo para posteriormente recibir el baño de almagre, que se realiza con la mano, sin utilizar ningún instrumento. Aproximadamente 24 horas después (según las condiciones atmosféricas) se le da el último alisado o bruñido a la pieza con lo cual ya está lista para su cocción.


[1] Guerrero Martín, Alfares y alfareros de España, pp. 112-114.

[2] Natacha Seseña, Cacharrería popular, p. 355.

C) La cocción

Unos cuantos días antes de meterlas en el horno, las piezas “se ahúman”, se colocan en alto de forma que reciban las columnas de humo, negras espirales que al brotar del fogal, durante el guisado de la comida, llegan hasta ellas para contribuir a su más rápido secado. Luego las colocan en el horno, les ponen encima leña y se les da fuego durante todo un día. El combustible utilizado es variado, la leña de jara es la mejor por sus condiciones de combustibilidad y ligereza[1].


[1] Julio Cuenca Sanabria, ElTambor.es, Revista digital de La Gomera.

Guadalupe Niebla nació en El Cercad

o en el año 1912, en una familia humilde y de tradición alfarera. Hija de Juan Niebla y de Rosario Chinea, pasó su infancia amasando el barro y familiarizándose con los distintos tipos de este material que había en la zona, así como con las zonas o barreros donde se encontraban, asunto muy relevante para quien iba a convertirse en una gran artesana del barro. Así transcurre su infancia y su juventud hasta los 19 años, edad en la que se casa con Ramón González Chinea, en el Chipude del año 1930. De este matrimonio le nacieron nueve hijos, colaboradores todos a su debido momento en la labor artesana de la madre, sobre todo en la búsqueda, preparado y amasado del barro, en el acarreo de la leña, así como en otras actividades que rodean el arte de las loceras.

Cuando la loza estaba acabada y preparada para ser vendida, Guadalupe salía con algunas de sus hijas, caminando y cargadas de piezas en dirección a Hermigua, Vallehermoso, Valle Gran Rey, San Sebastián, para cambiar las piezas por productos de necesidad que ellos no tenían: granos, pescados, verduras y otros. Era el famoso trueque que tanto ayudaba a la vida rural de nuestras islas. Guadalupe fue una persona humilde y vivió como una mujer sencilla. Su entrega a la alfarería le llevó a gran número de ferias por las islas, dejando allí adonde iba el buen quehacer de la isla colombina. Pero a pesar de esa constante y magnífica labor, no tuvo un reconocimiento a su trabajo hasta el mismo año de su muerte (1995).

Quiero compartir con el lector una reflexión que me parece absolutamente relevante: “Guadalupe [Niebla] es el hilo entre hoy y el pasado que nos permite a todos disfrutar de parte de la identidad de nuestro pueblo, ella supo conservar lo nuestro, aunque, con toda seguridad, le fue muy difícil, debido a la invasión de cerámica forastera que está entrando en las islas, con el ya conocido Recuerdo de La Gomera, y que tanto daño hace a nuestros artesanos, obligándoles a realizar lozas de tamaños reducidos, para competir, con el consiguiente deterioro y pérdida de lo auténtico”[1].

En efecto, defender la identidad es, muchas veces, luchar contra adversidades desoladoras: globalización de mercados, superproducción en cadena, negocio ciego y haíto de usura… soplan tantos vientos perversos ante las nobles señas de identidad de un pueblo, cualquier pueblo, que considero necesario, al menos, recordarlo. Aunque solo sea verbalizar el recuerdo. Porque mientras lo nuestro tenga voz, mientras Guadalupe, Rufina, Marcela, Vicenta, Isabel, Paula o Eleuteria mantengan su nombre escrito en nuestra historia seremos algo más que una franquicia internacional para el turismo.


[1] Tanagua Hernández Ferrer, GomeraVerde.com, diciembre de 2017.

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