HABLEMOS DE LOS VOLCANES (2ª parte)

HABLEMOS DE LOS VOLCANES (2ª parte)

Continuamos hablando sobre los volcanes. En mi anterior artículo, quedamos en que la tectónica de placas tiene mucho que ver con la mayoría de los volcanes. Allá vamos.

Las dorsales oceánicas son unas enormes cordilleras que recorren el fondo de los océanos. En algunos, como el Atlántico, están justo en el centro. En otros mares, se encuentran desplazadas. Pero estén donde estén, es en ellas donde surge la nueva corteza y eso ocasiona que el océano se expanda. Fíjense bien: son lugares donde brota la materia del interior terrestre. ¿No es eso lo que hacen los volcanes? ¡Por supuesto! Las dorsales están formadas por volcanes. Lo que ocurre es que la mayor parte de ellas se encuentra a gran profundidad, y en esas condiciones los volcanes se comportan de forma algo distinta a los que conocemos en tierra firme y con su boca emitiendo a la atmósfera.

Pero las dorsales alcanzan la superficie en algunos sitios (por ejemplo, Islandia y las Azores, en el caso del Atlántico) y allí los volcanes son como podemos imaginar. Lo mismo sucede en algunos sitios donde se está abriendo un nuevo océano, pero aún no ha llegado el agua. Es lo que ocurre en el Rift africano: con el tiempo, allí habrá un nuevo mar continuación del mar Rojo, hacia el norte. (Ese ya se llenó hace unos pocos millones de años). La grieta del Rift sigue avanzando hacia el sur, al ritmo de unos pocos centímetros por año. Pero avanza, y por eso llama la atención de la gente.

Luego están las zonas de subducción, el otro extremo de las placas tectónicas. Aquí no se crea nueva corteza, se destruye la vieja al introducirse en el manto, bajo otra placa. Esto origina una fosa oceánica, pero también una cordillera costera en la placa que permanece. En el proceso, la corteza que se hunde suele contener agua en gran cantidad (es fondo oceánico), lo que provoca la formación de vapor. Entre eso y el rozamiento de las placas, es normal que se produzca una elevación de las temperaturas, y así se forman volcanes. Estos pueden aparecer dentro de la cordillera costera, o bien formar un archipiélago cercano a la costa. El primer caso es el de los Andes, cordillera que tiene un buen número de volcanes; el segundo implica la formación de archipiélagos, como el de Japón.

De hecho, como el océano Pacífico está rodeado de zonas de subducción (mientras los otros océanos crecen, el Pacífico se hace más pequeño), en estas mismas hay tal número de volcanes que la mayor parte de los que existen en el planeta forman lo que se conoce como Cinturón de Fuego. Algo así como el 70% de los volcanes (y de los terremotos) se localizan en ese cinturón que rodea al océano.

Sin embargo, no todos los volcanes se asocian a una dorsal o una zona de subducción. Pueden tratarse de otras fallas geológicas, las llamadas de transformación, en las que una placa se desliza junto a otra; la fricción puede ser causa de vulcanismo.

Los volcanes pueden, incluso, aparecer sin que la tectónica tenga que ver. Simplemente, un punto del manto es más caliente de lo normal, por causas no del todo conocidas, y ese punto provoca la formación de volcanes. En estos casos se produce un efecto al moverse la corteza, pues el punto se desplaza y los volcanes viejos se apagan para formarse otros nuevos. Es así como se ha formado el archipiélago de Hawái. Y podría ser el caso de las Canarias, aunque no es seguro.

Pasando a otros aspectos de los volcanes, toca comentar algunas peculiaridades del terreno donde se ha formado un volcán. Los tubos volcánicos, las fajanas, etc. Diré algunas cosas sobre ellos.

¿Qué es un tubo volcánico? Pues es un tubo que se forma en un volcán, ¡ja, ja, ja! Dicho ya en serio, es una estructura con forma de tubo más o menos largo que se forma durante una erupción volcánica. Las cuevas de las islas se han formado, en su mayoría, a partir de tubos volcánicos.

Se asocian mejor con las erupciones fluidas, tipo hawaianas o estrombolianas. Estas lavas fluyen rápido y puede ocurrir que se solidifique la capa superior, mientras bajo esa costra sigue fluyendo la lava líquida. Ahora bien, como la cantidad de lava que brota del volcán no es siempre la misma, puede ocurrir que el nivel líquido descienda, quedando así un hueco entre la costra sólida superior y la lava líquida. Este espacio puede ser hacerse permanente si la lava líquida finalmente se enfría y solidifica. Y ya tenemos un tubo volcánico.

Los tubos volcánicos pueden nacer cerca del cráter y abarcar toda la colada, por lo que llegan a ser muy grandes. En Tenerife tenemos uno de los mayores del mundo, la Cueva del Viento; en realidad no es un único tubo, es un complejo de tubos que abarca, casi, desde el pico Teide hasta la costa de Icod. No se ha podido explorar en toda su longitud, pero se sabe que tiene varias decenas de kilómetros en total. Solo en Hawái se conoce un tubo mayor.

Según he leído, ya se están explorando algunos tubos del volcán Tajogaite, en la Palma; al menos aquellas partes que se han enfriado, no olvidemos que apenas hace unos meses que cesó la erupción y hay lugares donde la temperatura supera los 200ºC. Pues bien, en base a lo ya explorado, se cree que allí podría haber otro tubo larguísimo (para la colección canaria).

Es frecuente que la cubierta del tubo se rompa, lo que nos ofrece acceso a su interior. Estas formaciones son los jameos, muy conocidos en las islas. Algunos son atracciones para los turistas, pero otros son más prácticos, sirviendo de vivienda (en especial para nuestros antepasados), de almacén, de cuadra para animales o de refugio ante el ataque de piratas.

Otro elemento del paisaje volcánico se ha mencionado mucho a raíz de la última erupción de la Palma: las fajanas. Ese término parece tener un origen portugués, y personalmente lo prefiero al de delta lávico. Se refiere a la costa nueva que se forma cuando una colada volcánica llega al mar.

El contacto entre la lava ardiente, a unos mil grados centígrados y el agua del mar (sobre los 25ºC) provoca nubes de vapor; estas nubes pueden contener cloruro de hidrógeno, procedente de la sal del agua. Esta sustancia es el ácido clorhídrico en forma gaseosa y es corrosiva, pudiendo dar lugar a lluvias ácidas. Por eso debe evitarse la zona donde la lava llega al mar, al menos mientras el volcán esté activo.

¿Y qué ocurre cuando la lava se enfría? Pues lo normal: tenemos un nuevo terreno formado por lava sólida más o menos llana: desde lajiales de lavas fluidas hasta malpaíses originados por lavas más espesas. Suelen tener pendiente inclinada, sobre todo si la costa vieja formaba un acantilado, y son el sitio ideal para la formación de playas, pues el mar empieza a actuar en cuanto baja la temperatura, erosionando las rocas y formando arena, que se deposita en los sitios más resguardados.

En este apartado de la recuperación tras la erupción tiene gran importancia la vida. En los entornos volcánicos se suele desarrollar una flora y una fauna muy peculiares. Como ejemplo de la flora tenemos el pino canario; ya se sabía que es resistente a los incendios forestales, pero tras la última erupción en la Palma, ¡sabemos que resiste hasta la lava! Bueno, estoy exagerando un poco, pero lo cierto es que algunos pinos cercanos al volcán Tajogaite, pese a estar recubiertos de ceniza caliente, están empezando a brotar de nuevo. Y si no tenemos tanta prisa, no olvidemos que estos materiales volcánicos se transformarán, con el tiempo, en suelos muy fértiles.

En el mar, la recuperación es casi inmediata. Ya se vio con el volcán Tagoro, en el Hierro: a los pocos meses de cesar su erupción submarina, ya había algas, y diversos invertebrados en aquellas aguas ricas en nutrientes. Y los peces no tardaron mucho.

Lo mismo se ha observado en las zonas sumergidas de las fajanas en la Palma: la vida submarina florece que da gusto.

Y, si me lo permiten, entre los seres vivos que hacen lo imposible para recuperar las tierras afectadas por el volcán, debo incluir a las personas. Como ejemplo tenemos a los palmeros, cuya constancia admiro viendo cómo se han esforzado en recuperar carreteras, incluso sobre la lava aún caliente. También les veo buscando el modo de volver a tener las casas y tierras que la lava arrasó. Repito mi admiración por ellos.

Esto me da pie para iniciar el último apartado que pienso considerar de los volcanes. En esta ocasión no me centraré en los aspectos científicos, sino más bien en los sociales. Hablaré acerca de la importancia de vivir entre volcanes.

Para empezar, ¿supone alguna ventaja vivir en una tierra volcánica? Pues resulta que sí, y eso se sabe bien desde la antigüedad. La tierra que se forma a partir de las rocas volcánicas es muy rica en nutrientes para las plantas; luego, los pueblos que se asientan en tierras volcánicas suelen contar con una próspera agricultura. ¿Y qué pasa con las erupciones? Bien, aquí contamos con la mala memoria histórica que suele tener la gente. Muchos lugares han tenido volcanes activos, pero de eso hace ya tiempo; la gente ve las montañas y no las asocia con volcanes. Se desconoce el peligro de una erupción… hasta que una de esas montañas resulta ser un volcán dormido, y ha despertado.

Pero es que incluso cerca de volcanes activos, la gente insiste en vivir allí. Ejemplo claro lo tenemos en Italia, donde los pobladores de las faldas del Etna no se quieren ir. Y el Etna es un volcán activo, sin ninguna duda.

En el caso de las Canarias, pues lo mismo. Salvo cuando las noticias nos muestran volcanes en plena erupción (caso más reciente, el Tajogaite), y si no nos afectan directamente (o sea, si no estamos en la Palma), solemos olvidar que vivimos entre volcanes. La tierra es rica y hay buena agricultura. Incluso hay cuevas muy prácticas. Solo se libra de la explotación humana el terreno ocupado por el malpaís… y no siempre.

Peor aún: en aquellas islas que no han conocido erupciones históricas, solo se tienen en cuenta los volcanes para la docencia. Y la investigación. Pero ha habido erupciones históricas, es decir que han sido registradas en las crónicas de la época.

Empecemos por las que no tienen referencias claras. Ya mencioné la última erupción del pico Teide, que podría haber sido hacia el siglo II, dando lugar a las leyendas de Guayota, entre los nativos, y de las Islas de Fuego, entre los marinos del sur de Europa. Luego está la que aparece en las crónicas de Cristóbal Colón, quien en 1492 dijo observar una erupción similar a las del Etna en Tenerife. Podría ser en la ladera del Pico Viejo. También hay referencias, de los propios guanches, de una erupción en el norte de Tenerife hacia 1430. Y en la Palma, entre 1470 y 1492 se produjo la erupción de Tacande, según contaban los auaritas (aborígenes de Benehaoré, la Palma).

En Lanzarote ha habido dos erupciones históricas: la de Timanfaya, desde 1730 a 1736, y Tao, Nuevo del Fuego y Tinguatón, en 1824.

En el Hierro hubo una en Lomo Negro, en 1793. Y una cercana, submarina, en 2011, cerca de La Restinga, el Tagoro.

En Tenerife ha habido unas cuantas: 1704 y 1705, volcanes de Siete Fuentes, Fasnia y Arafo. 1706, volcán de Garachico o Arenas Negras, 1798, Narices del Teide (Pico Viejo) y 1909, el Chinyero.

Pero es en la Palma donde se registran más erupciones: 1583. Tahuya (Roques de Jedey), 1676, Tagalate, 1677-1678, San Antonio, 1712, El Charco, 1949, Hoyo Negro, Duraznero y Llano del Banco, 1971, Teneguía y 2021, Tajogaite.

Todas estas erupciones han provocado mayor o menor daño, según el lugar que cubrieron. Algunas, como las del Pico Viejo tuvieron lugar en tierras no pobladas, por lo que el daño fue mínimo. Otras sirvieron de atracción turística, es el caso del Teneguía, pero algunas fueron muy destructivas: la de Timanfaya cubrió gran parte de la isla, provocando la emigración (luego, los que volvieron a la isla buscaron la forma de cultivar en aquellas tierras cubiertas de ceniza volcánica, naciendo así las gerias); la de Garachico arrasó el puerto, cambiando la historia (el primer puerto de Tenerife pasó a ser Santa Cruz); y no digamos algunas de las erupciones palmeras, como la de San Antonio, que acabó con las ricas aguas termales de Fuencaliente.

Y finalmente, estamos viendo cómo el Tajogaite ha devastado tierras y viviendas en la Palma. Pero los palmeros no se resignan (¿No dije antes que la gente prefiere seguir viviendo en el volcán?). Las carreteras que el volcán enterró están siendo recuperadas. Se habla incluso de volver a ocupar zonas que actualmente son malpaíses con invernaderos. O volver a habitar algunas de las casas que quedaron aisladas por las coladas. Respecto a si eso debe hacerse o no, prefiero no entrar.

Por cierto, que esta prisa por recuperar las tierras ha llevado a tener que desarrollar nuevas técnicas de construcción y asfaltado. La lava aún está bastante caliente y aunque se logre allanar el terreno con las excavadoras, luego no es posible asfaltar con los productos clásicos; por eso se han desarrollado nuevos materiales para el asfaltado. Y parte de esos materiales de asfaltado proceden de la misma lava, en particular de la ceniza. Reciclando, que eso es bueno.

Por desgracia, aún quedan zonas donde la concentración de gases es excesiva. Dos poblaciones palmeras son pueblos fantasmas, pues algunas partes tienen tal cantidad de gases tóxicos que podrían ser mortales. Y son gases que no se ven ni se huelen, lo que los hace más peligrosos.

Termino recordando que en Tenerife han tenido lugar erupciones como la del Tajogaite, o la del Chinyero. Y podrían hacer el mismo daño, o incluso más. ¿Está la gente preparada para una erupción, pongamos por caso en los altos de Icod o Garachico? Son lugares plausibles, como también lo son Chío o Guía de Isora. Y Santiago del Teide, por supuesto. Son los sitios donde se me ocurre que, si la próxima erupción tiene lugar en ellos, el daño será tremendo.

Porque de algo sí estamos seguros: habrá una erupción volcánica. Algún día.

Hemos de estar preparados.

No nos engañemos: Guayota aguarda escondido el momento propicio.

Guayota

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