VALERIA CASTRO, TERNURA Y CORAZÓN
No les descubro nada si digo que en Canarias hay muy buenas voces. Pero, de vez en cuando, surge una forma de cantar especial, que es capaz de cruzar el charco de un salto y conseguir que, más allá de nuestro horizonte, se escuchen ecos de nuestras raíces, fusionados con géneros que, aunque nacieron lejos, son universales. En los últimos años, en estos tiempos de tanta música urbana, ha surgido una cantautora en la isla de La Palma, de su tierra volcánica, pero también de su aislamiento, del salitre, del frío de la cumbre y de la fructífera tierra de Garafía.
Valeria Castro empezó a darse a conocer en las redes sociales y, aunque es indudable que los “me gusta” y las palabras de Alejandro Sanz sobre ella hicieron que su popularidad creciera aún más, lo cierto es que la sinceridad de su voz, la delicadeza con la que canta y la desnudez con la que compone sobre sentimientos que otros ocultan, son las responsables de que esté volando tan alto.
Aunque el éxito podría habérsele subido a la cabeza y tomar decisiones más comerciales, tras el éxito de su EP Chiquita, en 2021, que alcanzó en su momento el millón de reproducciones en Spotify, Valeria Castro sigue enarbolando la bandera del cuidado y del cariño a la hora de manejar las notas y de pronunciar las letras que son versos de sus canciones. Esa vulnerabilidad de la que no se esconde Valeria continúa en su último trabajo discográfico, Con cariño y cuidado, con el que este 2023 estará de gira. Castro no solo visitará los escenarios canarios y peninsulares con sus temas nuevos, sino que tiene previsto llevar su sonido tan especial y de raíz al ámbito latinoamericano, con actuaciones en Uruguay, Argentina, Chile, Perú, Colombia y México.
Un vaso de leche de vaca esperando
Confieso que yo escucho otras voces en las canciones de Valeria. Aquellas que trabajaron la tierra, que se casaron, tuvieron descendencia y defendieron su derecho a acceder a la educación. Cuando escucho esas composiciones en las que la artista palmera fusiona sonidos propios de la música de nuestras islas, oigo la voz de la tía de mi madre, una señora de Los Llanos de Aridane que siempre tenía listo, para su sobrina, un vaso de leche de vaca recién ordeñada, de la de verdad, no del agua que sale de un Tetra Brick, porque sabía que le encantaba, y en Tenerife no se encontraba. Una mujer que tenía una foto en su salón de esas antiguas, original en blanco y negro y luego coloreada, que poseía una tienda de ultramarinos que para mí era como un parque de atracciones y que me dejaba visitar, aun cuando estaba cerrada.
Escucho a Valeria y recuerdo mi ilusión de niña al cruzar un patio y encontrar animales a los que acariciar. Escucho la risa de aquella señora, de la tía, de la que mi abuela dice que tenía un gran sentido del humor y que, aunque su padre se pusiera serio, a ellas les “tentaba la risa”.
Y me parece sentir el sutil rugir de las agujas al atravesar la tela, en las manos de tantas mujeres palmeras. Veo a Valeria, la escucho cantar, y algo me dice que habitan en ella todas las voces de quienes, incluso embarazadas de ocho meses, reían y cantaban mientras recogían las papas nuevas. La semilla que plantaron todas ellas ha germinado en la ternura de Valeria Castro, en esa música en la que tanto corazón pone. No soy de dar consejos, pero déjenme pedirles que, si pueden, disfruten de un concierto de la artista palmera, porque es ahí, en los directos, donde aún se crece más. Cierren los ojos y escúchenla sin hacer otra cosa al mismo tiempo, con la concentración necesaria para distinguir todas las voces que la albergan, tanta historia isleña saliendo del cascarón para instalarse en la música española con la fuerza del mar y la cumbre.