A veces nos hace falta toda una vida para aprender a vivir, pregonaba Séneca. El inexorable paso del tiempo nos deja una huella difícil de borrar. Condicionados por nuestras circunstancias personales, la visión que tenemos del mundo no es la misma para todos. Sea como sea, transitar por el mundo no es tarea fácil para nadie y como es obvio, tampoco para mí.
En la actualidad y tras la búsqueda de la felicidad, que solo he logrado hallar en mi interior, la visión que tengo de este mundo, muchas veces es desalentadora.
En los telediarios, la guerra entre países es la protagonista, por no hablar de los desastres medioambientales, debido al maltrato continuo que ejercemos en la Naturaleza, y ni que decir de la angustia que sufren muchas personas imbuidas por el consumo, viéndose atrapadas la mayoría de las veces, en deudas a las que no pueden hacerles frente.
Vivimos en una sociedad cada día más enferma, enfocada en la apariencia y en la codicia por el poder. Parece que la historia se repitiera una y otra vez, siendo los seres humanos una especie de depredadores insaciables.
¿Cómo ser feliz ante tanto desastre?
A pesar de todo, he comprobado muchas veces, que cuando me pongo en el lugar de otras personas que sufren, ya sea por enfermedad, por falta de atención o de cariño. Me siento mejor, más humana. También cuando soy respetuosa con el medio ambiente y con la naturaleza. Me siento más libre, más feliz.
Por lo tanto, creo que la felicidad, no es una meta. Es un propósito. Un acto de amor.
Helena Herrera