Con el brillo en los ojos, la respiración agitada y los nervios contenidos, esperaba la noche de reyes como la más extraordinaria y maravillosa del año.
Cómo no recordar mis primeros cinco de enero, con mis pocos años y con la ilusión de saber que aquella noche, sus Majestades de Oriente, los Reyes Magos, tras beber la leche que le habíamos dejado en el salón, nos dejarían los juguetes que tanto habíamos deseado.
Las cartas llenas de garabatos, incluso adornadas con dibujos dedicados a Melchor, Gaspar y Baltasar eran depositadas junto a nuestros zapatos en el comedor de casa.
Y en el silencio de la noche cualquier sonido era relacionado con unos pasos, susurros, e incluso con el roce de sus túnicas de seda por el pasillo de casa.
Cómo olvidar esa noche, cuando con el tiempo se vuelve a recrear, en nuestros hijos, sobrinos e incluso nietos.
Pero el previo a la esperada noche era la tan ansiada cabalgata de Sus Majestades por la ciudad, llena de sonido y color, en la que los gritos de los más pequeños avisan a los adultos de la llegada de los Reyes subidos en sus majestuosos camellos, junto con sus pajes cargados de cientos de regalos.
La magia se hace presente y la emoción contenida se desborda a su paso… ¡Caramelos, caramelos! gritan al paso de la comitiva y sobre nuestras cabezas vuelan como brillantes estrellas las tan codiciadas chucherías.
Noche de estrella mágica que los guía al belén donde ha nacido el niño Jesús, entre un buey y una mula…
Esta tradición cristiana tiene su primera mención en el Evangelio de San Mateo, en el que se cita que unos magos llegados de Oriente y siguiendo la estela de una brillante luz encontraron en un pesebre al niño Jesús, hijo de María y José. Los tres portaban regalos para el recién nacido, oro, metal de los reyes; incienso, ofrenda de los dioses y mirra, como anuncio de sus futuros padecimientos.
Es ya con los Evangelios Apócrifos cuando el término mago se interpreta como sinónimo de astrólogo, sabio que predice acontecimientos a través de la lectura de las estrellas.
Es en el siglo VI d.C. cuando aparecen por primera vez sus tres figuras en el mosaico de San Apolinar el Nuevo, en Rávena.
Pero tenemos que llegar Al Auto de los Reyes Magos, obra fundamental de la historia de la literatura española del siglo XII cuando aparecen ya los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, denominados steleros, es decir, astrólogos.
Se tiene además constancia que en muchos pueblos de Europa, el día 6 de enero se inscribían sus iniciales, GBM, en las puertas de las casas y establos para protegerse.
En España se tiene conocimiento de que en Alcoy se celebra por primera vez en el año 1866 una cabalgata de los Reyes Magos, tradición que después se extendió al resto del país, incluso a países de cultura hispana.
Con el paso de los siglos, la adoración de los Reyes se ha ido arraigando cada vez más hasta llegar a la actualidad donde la recreación de los portales, en los que aparecen junto a José, María y el niño Jesús, se personifican tanto en los hogares como en las grandes ciudades, enmarcando unas fiestas familiares que culminan el día 6 de enero, cuando miles de personas, grandes y chiquitas, abren los regalos tan ansiados.
Para culminar este artículo, quiero recordar el año en que mi Rey Baltasar me trajo un gran oso de peluche, atendiendo así la petición, que con tanta ilusión, le había escrito en mi carta.
Esperando habernos portado bien, y no haber recibido mucho carbón…
¡Bienvenidos Reyes Magos !
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