NUEVA SECCIÓN: VIAJANDO POR LOS VERSOS
La poesía es como el viento,
o como el fuego, o como el mar.
Hace vibrar árboles, ropas,
abrasa espigas, hojas secas,
acuna en su oleaje
los objetos que duermen en la playa..."
José Hierro (poeta español)
Estas palabras son, acaso, la instantánea que capta la esencia misma de la poesía. Poesía es todo. Cualquier cosa. Un sentimiento en primera persona y una voz que lo verbaliza. Ya está. Es algo tan dúctil, tan flexible, tan vasto en el universo vasto de los sentimientos humanos, que solo hay que dejar fluir pensamiento y palabra. Y ahí nace.
La poesía, como creación humana, se remonta a la Grecia de Platón, quien en su Banquete la define como poiesis, es decir, creación o producción que nace para ser y, por consiguiente, para dejar de “no ser”. De la inexistencia al acaecer. Esa es la génesis de cualquier realidad. Desde Platón ha pasado mucho tiempo, pero la esencia de la creación artística sigue siendo fiel a aquella filosofía de “construir de la nada (pensemos, si no, en una escultura, en una pintura, en una partitura… el creador materializa lo que antes solo estaba en su cabeza).
Es tan amplio el camino de la creación poética en la Historia de la Humanidad que intentar un viaje por los versos es una aventura, a priori, incompleta y por supuesto subjetiva. Tanto como la poesía misma. Por eso, la selección que se haga en esta sección no aspira a otra cosa que la de esbozar una pincelada del maravilloso y anchísimo mundo de los versos. Bienvenidos al viaje.
Decía Gloria Fuertes en “Sale caro ser poeta”:
Sale caro, señores, ser poeta.
La gente va y se acuesta tan tranquila
-que después del trabajo da buen sueño-.
Trabajo como esclavo llego a casa,
me siento ante la mesa sin cocina,
me pongo a meditar lo que sucede.
La duda me acribilla todo espanta;
comienzo a ser comida por las sombras
las horas se me pasan sin bostezo
el dormir se me asusta se me huye
-escribiendo me da la madrugada-.
Y luego los amigos me organizan recitales,
a los que acudo y leo como tonta,
y la gente no sabe de esto nada.
Que me dejo la linfa en lo que escribo,
me caigo de la rama de la rima
asalto las trincheras de la angustia
me nombran su héroe los fantasmas,
me cuesta respirar cuando termino.
Sale caro, señores, ser poeta.
En efecto, ser poeta no es labor baladí. Ni un entretenimiento para “señoritas desocupadas” al más puro estilo decimonónico. Ser poeta -si es que se consigue- es una lucha contra los elementos, contra las musas que no madrugan, contra el desánimo, contra los desasosiegos internos que no atinan a salir, contra los oídos sordos que pasan por ahí afuera, … contra tantas adversidades, que, realmente, quien escribe lo hace por auténtico amor a las letras:
Un verso corteja errante
las esquinas de mis manos.
Un verso que es capítulo despistado
del libro de los paladares de yerbabuena.
Un verso desorbitado que mezcla
huracanes y vértices,
molinos y membranas de ángel,
vinilos de jazz y abrazos de niña en busca
de la receta perfecta del verbo…
©Rosa Galdona
Si te ha gustado este artículo te invito a visitar el anterior pinchando en este enlace.