Hoy vestir de negro no es sinónimo de luto.
Luto: "signo exterior de pena y duelo en ropas, adornos y otros objetos, por la muerte de una persona. El color del luto en los pueblos era el negro".
Mucho han cambiado las cosas. Hoy apenas hay signos exteriores de la pena que causa un fallecimiento (salvo las lágrimas de los familiares o, en determinados casos, las banderas a media asta con crespón negro). Por otra parte, se mantiene la conciencia de que el negro es el color del luto, pero, con mayor frecuencia, el negro se ha convertido en el color de trajes y vestidos de fiesta en todo tipo de acontecimientos sociales.
El luto, hoy, no es lo que era hace unos años, unas décadas atrás. La presencia del luto, tal como se describe en las líneas siguientes, pervivió en líneas generales hasta los años sesenta y decayó, hasta desaparecer, de forma prácticamente total, en los años setenta.
El luto riguroso exigía, a las mujeres, vestir de negro total, sin concesión alguna a cualquier tipo de color. Para ello, tenían que proceder en la mayoría de las familias al teñido de la ropa. Existía también, al paso del tiempo, el medio luto o alivio, que permitía combinar en un mismo vestido el negro con motitas o rayas blancas, o el negro con prendas blancas, grises, moradas o lilas; incluso podía vestirse con piezas que combinasen los citados colores, exceptuado el negro.
En los hombres, sin embargo, el luto fue mucho menos riguroso y exigente que en las mujeres. Por lo general se limitaba a un brazalete negro cosido en la chaqueta, un botón negro en la solapa de la gabardina o abrigo que se utilizaba en domingos y festivos y también una corbata negra.
El periodo de duración de la expresión del luto a través de la indumentaria tenía años atrás diversos plazos, dependiendo de las costumbres y tradiciones de las distintas zonas. De acuerdo con nuestros recuerdos y vivencias, la viuda vestía toda su vida de negro riguroso en duelo por su marido.
La tradición imponía también ese luto permanente a algunas mujeres cuando fallecían padres, abuelos y suegros, como ocurría, por ejemplo, en mi pueblo. El sacrificio era el mismo por la muerte de un hijo.
La demostración de duelo tenía, por supuesto, duraciones más breves, como las de cinco años, tres de ellos de luto riguroso y dos de medio luto o alivio.
Cuatro años (tres de luto riguroso y uno de medio luto) se guardaba por el marido y los padres; en otros lugares, el mismo periodo, pero manteniendo dos años el riguroso y otros dos el alivio, por el fallecimiento de maridos, padres y hermanos.
El luto no se limitaba a la ropa. Tenía otras connotaciones y exigencias que hoy nos pueden parecer sinsentidos. Mientras duraba el tiempo de duelo, era impensable que los familiares del difunto pudiesen acudir a bailes, festejos y lugares públicos de diversión o a la celebración de fiestas patronales, bodas u otro tipo de acontecimientos similares.
Para los familiares más allegados al difunto, la prohibición de acudir a bailes y fiestas era general, aunque, como en el caso de la forma de vestir, la duración variaba de unos pueblos a otros.
Además, las mujeres permanecían en sus casas mucho más tiempo del habitual, hasta el punto de que, a veces, salían sólo lo imprescindible, pero no a pasear.
Las novias no podían salir con los novios, por lo que estos, terminaban por ir a las casas de ellas para poder hablar.
Los hombres no se libraban tampoco de las prohibiciones que marcaba el tiempo de luto. Ellos no podían acudir a bares, ventorrillos u otros establecimientos públicos, incluido el cine, pero, no hay por qué ocultarlo, este sacrificio masculino duraba menos tiempo -a veces, mucho menos- que el que guardaban las mujeres.
Por otra parte, durante el tiempo que duraba el luto no se celebraban, retrasándolas, bodas en la familia o tenían lugar de forma íntima y con un número mínimo, imprescindible, de invitados. Quienes vivían el duelo tampoco acudían a bodas a las que, en otro supuesto, hubieran asistido.
Mi padre siempre me decía que el luto se llevaba en el corazón y que no se ponía luto por nadie, por lo tanto, cuando me lo imponían no me quedaba más remedio que hacerlo, pero ya luego nunca más me lo puse, pensaba y pienso igual que él.
Si este artículo ha sido de tu agrado y quieres leer el anterior pincha en este enlace.