¿Qué es el corazón? Según mis profesores de Anatomía y Fisiología: una bomba aspirante-impelente, cuya función consiste en distribuir la sangre por todo el organismo. Una definición sencilla y escueta. Pero, ¿es nuestro corazón solamente eso? ¿A eso se limita? Yo creo que es más. Diría que es el órgano donde se fabrican, se almacenan y laten nuestros sentimientos; esos que reaccionan ante un estimulo exterior y son capaces de descubrir el amor más sublime y el odio más terrible.
Hoy, mi corazón-almacén padece los sentimientos más encontrados a partir de lo que percibo en este mundo que nos ha tocado vivir. La inocencia de los niños se va manipulando y en sus corazones, todavía en blanco, entran los sentimientos más deshumanizados y egoístas. Sabiendo que estos niños son el futuro del planeta, salen en tropel sensaciones de desesperanza.
¿Hay expectativas de un mundo mejor?
“Tanta sangre que se llevó el río”
Mohamed vivía en Gaza desde hace mucho tiempo, casi desde que nació, con su mujer Fatma y sus dos pequeños hijos, Aisha y Khalil. Siempre estuvieron en ese lugar y compartían con los vecinos muchas experiencias de vida. Se ayudaban unos a otros, a pesar de que algunos eran de religión judía. Moshe y Esther, con su hijito Ariel, vivían en el mismo barrio. Dos casas los separaban y sus hijos jugaban juntos al salir de las escuelas. Los dos matrimonios educaban a sus hijos en el respeto y la convivencia entre personas de distintas religiones. Temerosos de lo que estaba sucediendo en su país, se preguntaban cómo sería su futuro.
Un día llegó Aisha de la escuela y le preguntó a su madre:
-Madre ¿tengo que seguir jugando con Ariel? Me gusta estar con él, pero ha venido a la escuela un soldado a decirnos que los judíos son malos y que no podemos estar con ellos-.
Fatma se enfadó mucho y le explicó a su hija que todos somos iguales, cualquiera que sea su religión. Los judíos también son personas a las que hay que respetar.
La niña se quedó pensando y decidió que su madre tenía razón; ella no la engañaría. Ariel era su mejor amigo.
“Hablo de cambiar esta, nuestra casa”
Una noche, cuando las estrellas le hacían guiños a la luna, de repente se oyó un estruendo terrible y medio barrio saltó por los aires. La casa da Moshe y Esther quedó destrozada. Ariel, que estaba durmiendo en la morada de Aisha, se despertó bruscamente y empezó a temblar. Todos corrieron a refugiarse en lugar seguro. Cuando todo pasó, corrieron al lugar donde estaba la casa de Ariel y contemplaron con terror que la casa había desaparecido. Fatma cogió a Ariel de la mano y se lo llevó aparte, le dio un abrazo y le dijo:
-Desde ahora eres uno más de nuestra familia-.
“Y uniré las puntas de un mismo lazo”
Pasaron los años y los niños se hicieron jovenes. La amistad de Aisha y Ariel creció hasta convertirse en amor puro y sincero y la familia se complacía y disfrutaba de la unión de los dos jóvenes. Ariel continuaba yendo a la sinagoga y cumpliendo con su deber religioso; Aisha, por su parte, seguía las reglas del Corán. Siempre con un profundo respeto mutuo.
Un granito de arena entre tanto odio ya genético; indicio de un futuro esperanzador.
“Y hablo de países y de esperanza”
Reconozco que siempre he sido positiva, pero viendo tanta crueldad, maldad, intereses de todo tipo y tanta sangre derramada, a veces mi optimismo flaquea. Seguro que hay más granos de arena como esta historia y, por ello, esperanzada:
“Yo vengo a entregar mi corazón”
Con todos mis sentimientos respetuosos y mi necesidad de compartir con el prójimo, sembrados en él por quienes me educaron. Ojalá desde mi esperanza pueda hacer algo. Esta preciosa canción, escrita por Fito Páez y maravillosamente cantada con gran sentimiento por Mercedes Sosa, me pudo haber inspirado la historia en algún otro país que también esté sufriendo la tristeza terrible de una guerra. Pero en esta guerra a las connotaciones políticas, geográficas etc., se suman las religiosas y sabemos que una guerra con motivos religiosos normalmente está teñida de un fundamentalismo atroz.
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