Mónica Chinea Martín nació el 13 de enero de 1976.
Como la mayoría de las niñas era muy creativa y le encantaba dibujar. Tenía la costumbre de esconder sus dibujos por toda la casa, dentro de jarrones, en las figuritas de porcelana que eran huecas por debajo, en cualquier escondrijo de la casa.
Su madre era maestra, e inculcó en ella, desde temprana edad, la lectura. Practicaba la caligrafía una y otra vez en los cuadernillos Rubio. Siempre los mismos. Cuando los acababa, su madre, se los hacía borrar y volver a rellenar. Recuerda la colección Barco de Vapor, y como le fue acompañando a lo largo de su infancia hasta la adolescencia: la serie azul, luego la naranja, después la roja… En el colegio, en preescolar, se subió por primera vez a un escenario, y le encantó.
En los noventa comenzó en el instituto, se pasaba el día allí. Era redactora del periódico, estaba en la organización de las fiestas de fin de curso, era representante de alumnos en el consejo escolar y, por supuesto, era miembro del grupo de teatro.
Le encantaban las clases de lengua, de latín, de filosofía y de inglés, pero a pesar de eso se decantó por las ciencias, porque era la única opción que le permitía seguir teniendo dibujo. Luego entró en la facultad de Bellas Artes. Allí siguió con el teatro. En esos años aprendió algunas cosas, pero no todas las que esperaba, ni todas relacionadas con el arte. Algunas de esas cosas le sirvieron para hacerlas suyas, y otras para deshacerlas y no seguirlas nunca.
No se ha dejado de formar. Sigue aprendiendo. El arte no se acaba nunca.
Ha encontrado su espacio, el dibujo, pero sigue escribiendo, haciendo cerámica, pintando…
Mónica agradece a su madre su buena letra, su amor por la lectura y por la cultura en general, a María Jesús Pérez Vilar las ventanas que le abre, las cosas que no ve pero ella sí; y a la niña que fue, los dibujos que escondió, porque son los únicos que sobrevivieron al tiempo. Bienvenidas a todas a su universo creativo.