La escuela estaba a la entrada del pueblo, donde vivían los dos profesores de la época.
Únicamente había dos clases, una al lado de la otra.
Recuerdo mi primer día de cole, con 5 años de edad, en ese momento era la niña más feliz del mundo, ya que me dejaban entrar en clase un año antes de lo que me correspondía.
Mi querida madre le preguntó a la profesora si podía recibirme en clase porque la volvía loca con mi cantinela diaria de «quiero ir al cole, quiero ir al cole», y así fue como empecé.
Había solamente dos aulas, una para las niñas y la otra para los niños.
Una vez finalizadas las obras del colegio grande, empezó otra etapa nueva en la vida de los niños del pueblo y sobre cuarto de EGB ya podíamos estar en las clases mixtas, por fin.
Inauguramos el nuevo colegio plantando un árbol por clase, fue maravillosa la experiencia.
Me encantaban los lápices que tenían la tabla de multiplicar y para afilarlos, nada mejor que el sacapuntas único que había en la clase. Quedaban muy bien afilados.
Las gomas tenían olor a nata. Luego las prohibieron para que los niños no nos las comiéramos.
A los padres les pedían una caja de gomas, una caja de lápices y una de tizas blancas para la pizarra para que aguantaran todo el curso, y la profesora las racionaba.
Las cajas de creyones eran de cartón con preciosos dibujos, teníamos también unas cajitas de lata para ponerlos. Ahora bien, cuando se caían al suelo, era tal el estruendo, que te daban el arresto del día, poniéndote de rodillas de espalda al resto de alumnas y de frente a la pared.
Los castigos pasaban desde simples orejas de burro hechas con papel sobre la cabeza y ponerte en un rincón del aula mientras la maestra continuaba la clase, hasta los más duro de todo, ponerte de rodillas sobre picón y con los brazos en cruz y un libro pesado en cada mano, además, no perdíamos los dedos de las manos de milagro, los golpes los daban en las puntas de los dedos con la regla (La llamábamos Doña Flamenca), ya que nos quedábamos dando saltos del dolor tan grande en cada golpe y si te quejabas te daban con más ganas.
Los primeros bolígrafos: "Bic naranja escribe fino, Bic cristal escribe normal." No nos dejaban utilizar el cristal, puesto que para aprender caligrafía era mejor el naranja, quedaba más fino. Y el colmo de la tecnología: el bolígrafo de varios colores. ¡Qué gran servicio prestó!, y sigue prestando a las técnicas de estudio. En rojo las ideas principales, en verde las secundarias...
Aprendimos geografía con los mapas murales. Y con los mapas de plástico, los ríos, cordilleras y regiones.
Pasamos de estudiarlo todo en la Enciclopedia, a tener un libro por asignatura y curso.
En nuestros tiempos, la enseñanza se basaba mucho en la teoría y poco en la práctica. Para estudiar, los alumnos repetíamos mentalmente la lección y la memorizábamos, y con eso ya valía. En definitiva, «reteníamos» datos, pero sin llegar a comprenderlos o interiorizarlos. Los exámenes finales eran el único método de evaluación. Era duro, pero aprobábamos.
La enseñanza antigua era muy estricta, en épocas pasadas, era el profesor quien hablaba, los estudiantes escuchábamos la clase, eran maestros dictadores de clases, todos teníamos el deber de mirar al profesor y a la pizarra.
El maestro era por lo general una figura que ejercía una notable autoridad, con normas estrictas que alcanzaban incluso al ámbito familiar.
Tus padres te decían, si el profesor te arrestó o te pegó es que algo malo hiciste y nada más lejos de la realidad, simplemente hacíamos pilladas de niños chicos, lo más normal del mundo.
Hoy en día los docentes tienen un rol mucho más amable. El respeto sigue siendo fundamental en el aula, pero atrás quedaron las clases magistrales.
Actualmente, el aprendizaje se ha modificado, con la irrupción de las nuevas tecnologías. Han surgido nuevas fuentes de información y nuevos entornos educativos. Las generaciones anteriores hemos aprendido a través de un modelo educativo presencial, sentados en un aula, escuchando al profesor y leyendo textos en papel.
Recuerdo las clases de gimnasia. Pantalón corto azul marino y camiseta blanca. Saltábamos el potro, hacíamos salto de altura, carreras, saltos de longitud, etc.
También a la hora del recreo esperábamos con ansias las botellitas de leche que nos daban a cada uno para el desayuno, yo aprovechaba y las que no querían mis compañeras, me las tomaba yo, me encantaban, en esos entonces había fatigas de hambre.
Asimismo, teníamos clases de manualidades donde la profesora te enseñaba a bordar, a hacer punto de cruz, etc.
A pesar de todas las dificultades de la época, fui una niña muy feliz.
Qué lejos quedan aquellos años y aquel sistema educativo, que ha demostrado con el tiempo, que tenía muchas cosas positivas.