Al escuchar esta canción viene a mi mente una conversación que escuché entre un abuelo y su nieta sobre qué era lo que recordaba y valoraba de su madre; la joven contestó solo esto “Sus manos, sus brazos, sus ojos y su voz”.
Me hubiera gustado escuchar el resto de la conversación, pero no fue posible pues mi cabeza empezó a remover un cúmulo de sensaciones y pensamientos que estaban guardados desordenadamente en el cajón de mis vivencias. Ahora siento deseos de ordenar este cajón y desmenuzar cada sensación y cada sentimiento, escuchando las palabras que desgranan la canción, pues nunca lo hice y los fui guardando sin más.
Me doy cuenta de que siempre estuvo allí, a mi lado, desde que me acaricia a través de la piel de su vientre. Allí, en esta primera casa, sus caricias me llegaban en forma de sensaciones placenteras que entraban en mi incipiente cuerpo invadiéndome de algo desconocido pero confortable que más tarde identificaría con el amor.
El aire de su voz, su mirada, sus manos, sus brazos eran un todo que a veces tranquilos y otras determinados y firmes me envolvían en una cápsula de seguridad que en muchos momentos de mi vida me hicieron hacer frente al mundo como jamás lo hubiera hecho si la soledad me hubiera dado la mano.
Brazos que rodean en una noche de tempestad, que regalan cariño envolviendo la sonrisa la pena y las inseguridades, que bailan con el aire cuando, con movimientos instintivos, que marcan una melodía, tienden al sol los paños blancos de la vida diaria. ¡Como me gusta contemplarlos!
Manos que limpian la cara de lágrimas y suciedad y que refrescan la frente sudorosa por la fiebre y que también corrigen la travesura y los caprichos. Manos preñadas de hilos y agujas, siempre creativas, tanto para dar calor como para hacer más agradable nuestro lugar de vida. Manos que esculpen toda una sabiduría quizás heredada o creada en su taller de sabores con los que deleita y endulza la vida en algunos momentos y otros simplemente alimenta para seguir el camino, no olvidando nunca el aderezo del amor.
Voz preñada de sentimientos y palabras mágicas que es capaz de cambiar el mundo. Voz que da entonación a la vida que nos rodea, unos momentos atronadora y temible, otras entonando simplemente la vida de una manera dulce y tranquilizadora.
Ojos de terciopelo que se deslizan por mis inocencias y después por mis edades atrevidas e inexpertas, siempre alerta. Su mirada se convierte en lanza y al momento en suave caricia.
Todo esto y más es la madre, depositaria de las semillas del futuro, primer habitáculo en el que se inicia la vida.
Esta canción se conoce también como “Las manos de mi madre” y fue compuesta por Peteco Carabajal compositor argentino fecundo en composiciones que han dado la vuelta al mundo. Hay una anécdota acerca de esta canción en la que se cuenta que en sus múltiples salidas con las peñas de folklore y llegando de amanecida, se encontró a su madre en la puerta de casa, preocupada. y preso de remordimiento compuso esta canción en homenaje a su madre.
Fue dada a conocer por la cantante Mercedes Sosa en su álbum “Gracias a la vida”.
La versión que acompaña a este texto es una hermosa versión local, cantada por Mercedes Hernández y sus hijos Patricia, David y Alba. Preciosa canción y magnífica interpretación.