El sur, mi sur es agreste, árido y paradójicamente es muy generoso. Tiene altos cielos y amplios horizontes; sequías pertinaces y tímidas e indolentes lloviznas.
Necesita poca agua o simplemente unas gotas de rocío para dar frutos al ciento por uno de exquisitos e intensos sabores.
Tiene la piel agrietada, quemada por el tórrido sol del estío.
El sur, mi sur, es doliente y es ese mismo sufrimiento el que lo hace tan fuerte y valeroso.
Su gente acostumbrada a la lucha y a las adversidades no las rehúye, sino que le hace frente a cualquier problema que la vida le presente.
En su geografía son muy pocos los nacientes de agua: alguna fuente en las tierras altas, una galería excavada con el denodado esfuerzo de sus hombres en las mismísimas entrañas de la tierra, a base de picos, palas y barrenas. Al principio, todo el líquido que vieron fueron las gotas de sudor que el esfuerzo provocaba en sus cuerpos doloridos mas, tras muchas semanas de trabajo, llegaron a un acuífero y el agua brotó alborozada del vientre de la tierra como un parto con ayuda de fórceps pero con final feliz. Fue un parto de millones de gotas idénticas formando cascada cantarina.
El agua se canalizó y llegó al sediento campo y a los no menos menesterosos hogares. Por aquel entonces no tenían instaladas las cañerías que condujeran el agua para su uso dentro de las casas, pero les bastaba ir al aljibe y tirar el balde, que siempre estaba atado a una soga, para sacarla y llenar la destiladera, cocinar o tomar un baño vivificador en un barreño de zinc.
Ahora se recuerda con cierta nostalgia la fina estampa de las jóvenes cuando iban a la fuente y cargaban a la cabeza todo tipo de recipientes llenos de agua, caminaban con elegante equilibrio y sin derramar una sola gota y todo ello sin perder su gran encanto femenino.
Regias son las mujeres sureñas.
Algún invierno ha sido generoso con mi sur y ha empapado sus campos, ha llenado sus charcas y hasta ha convertido al reseco barranco en caudaloso río por unos días. Ese año las cosechas fueron abundantes y la alegría y el contento llegaban a todos, pues, cuando llueve, llueve para todos por igual.
Mi sur tiene costa y montaña unidas por suaves laderas donde, a pesar de las pertinaces sequías, su gente construye bancales para retener la tierra y poder cultivar. El riego sería otro problema a resolver y se resolvería aunque tuviese que cargar a hombros baldes llenos de agua desde donde fuese necesario, pues la construcción de nuevas atarjeas, cuyas obras estaban muy avanzadas, la llenaba de esperanza.
Los sureños somos realistas sin dejar de ser soñadores. ¿Por qué dejar de mirar al futuro, de forjar sueños y proyectos y luchar por conseguirlos?
Hubo un tiempo de tanta sed, de tanta sequía que hasta las pencas, acostumbradas al medio, se marchitaron e incluso las pobres cabras mal se alimentaban de ramas secas y quebradizas. Rodeados de este panorama, ¿qué sueño más atrevido podían tener que verse rodeados de cascadas, lluvias torrenciales, quietos lagos y cantarines arroyuelos? Nada de eso era real, pero sí lo era el azul Atlántico que besaba sus tierras y que en un futuro no muy lejano sería parte de la solución del problema de la falta de agua.
El tiempo pasa y todo cambia, evoluciona y se transforma. El hombre busca solución a sus problemas porque no en vano es inteligente.
Y nuevos métodos y mejores herramientas hicieron posible abrir nuevas galerías de agua o canalizarla sin dificultad desde otros lugares. Presas, construyeron presas, desalinizadoras a orillas de la mar, del mar que aprisiona las islas y al mismo tiempo le abre estelas para transitarlas y conocer otras orillas.
Con el avance de las nuevas técnicas que permite la depuración de las aguas residuales, el campo se vería beneficiado y la instalación de riego por aspersión o por goteo ha hecho posible que dedicarse a la agricultura sea más amable.
Actualmente es posible que la isla ofrezca al turista una agradable y cómoda estancia, al poder disfrutar de piscinas, campos de golf, parques acuáticos y de las artificiales cascadas que tanto alegran el ambiente, sin olvidarnos de nuestras playas bañadas por el sol durante todo el año.
Mi sur sigue siendo “mi sur” pero ahora brilla más y sus doradas tierras combinan a la perfección con el resurgimiento del verde, del verde vegetal.
El agua se ha socializado y hoy hasta el más humilde de los hogares puede disfrutar del imprescindible líquido dador de vida: el agua.