Llegado el verano, los juegos de mesa invadían nuestras tardes de merienda alrededor de la gran mesa de comedor, y entre tantos que rondaban por la habitación siempre triunfaba el juego de la oca.
Con el dado en la mano, iniciábamos la ronda para ver quién era el primero en comenzar. Aquel dado, perfectamente cuadrado con sus puntos negros del uno al seis, que se resbalaba entre nuestros dedos para caer contra el tablero de madera, ante la expectación de los jugadores.
“Un seis, he sacado un seis”, gritábamos con gran euforia cuando veíamos que nuestra ficha avanzaba sin parar dejando atrás al resto.
Y de repente, caías en la casilla donde estaba aquella oca bien pintada, se hacía un silencio y al unísono se oía “de oca a oca y tiro porque me toca”, continuando el avance de la ficha. La mía por supuesto siempre fue la azul, la que tenía a buen recaudo desde que comenzaba el juego.
Entre tanta tirada deseaba llegar a la casilla del puente, para que me llevara la corriente, pero qué traicionera era, ya que te llevaba hacía delante o hacía atrás. Eso eran las reglas del juego.
En la casilla 19 te quedabas atrapado en la posada y perdías un turno qué quizás nos habría permitido ganar el juego... Nunca me gustó esa casilla.
Las trampas nos rodeaban y el pozo nos esperaba en la casilla 31 para dejarnos sumidos en una larga espera de tres turnos, eso sí que dolía.
El temido laberinto nos hacía retroceder a la casilla 30, mientras el resto de los participantes se reían de tus gestos de desánimo.
Tampoco me agradaba la cárcel, en la que perdías tres turnos o tenías que esperar pacientemente a que alguien te rescatara, algo que normalmente no solía suceder.
Pero sí caías en la calavera, ¡ay que penita!, perdías todo lo jugado y tenías que retroceder de nuevo a la casilla de inicio, esto sí que era malo, pero que muy malo.
Al final, cuando después de haber pasado por todos las posibles trampas del juego y ver como tu ficha volaba más que corría directa al jardín de la oca, se te aceleraba el corazón y pensabas ¿Será esta la definitiva?
Pero no era tan fácil entrar en el tan preciado jardín, ya que debías conseguir los puntos exactos con el dado, porque si no se daba ese resultado, mi gozo en un pozo, tenías que retroceder tantas casillas como puntos te sobraban, y así podías estar toda la tarde atrapado en aquel bucle hasta que alguien consiguiera completar el tablero y gritar “he ganado, miren, he ganado”.
Cuantos recuerdos, cuantas tardes con mis hermanos, con los amigos y amigas del barrio, cuantas partidas jugadas, ganadas y perdidas, pero siempre disfrutadas.
Pero, ¿cuál es la historia de este afamado juego? Indagando en las redes y en el hacer popular, existen diversas versiones de cómo se originó y cómo ha llegado a nuestros días.
Para unos pudo ser una creación de los griegos durante el asedio de Troya, para otros nació en la Italia de los Médici, y la última que tuvo su origen de la mano de los Templarios del siglo XII, que se inspiraron en el Camino Francés de Santiago; de ahí que se eligiera la oca porque era un animal migratorio que viajaba del este al oeste, llegando a Finisterre.
Así buscando las referencias indicadas en este ultima teoría, las posadas eran los albergues en los que los peregrinos se podían alojar, los pozos representarían los bajones anímicos que sufrían los caminantes, incluso los puentes representados en el juego hacían alusión a los que existen a lo largo del camino, como el puente de la Reina de Jaca, el de la Reina de Navarra o el de Estella.
Llegando incluso a vincular la cárcel con el hospital de San Marcos en León donde muchos peregrinos tenían que permanecer unos días para recuperarse del esfuerzo realizado durante el camino emprendido desde Roncesvalles.
Todas estas posibles conjeturas me hacen, si cabe, más atractivo el juego, ya que al descubrir la posible relación que se hace con estos maravillosos lugares reales y tangibles, me traslada a aquellos años en los que caminé por esos caminos y descansé en esas posadas rumbo a la Catedral de Santiago...
Otra duda que me surgió al escribir sobre el juego fue cuando comenzó a comercializarse al público. Según datos cronológicos es en la década de 1880 y estaban inicialmente decorados con motivos infantiles y vegetales, tallados sobre tablas de fina madera.
Posteriormente los tableros llegaron a hacer alusión a diferentes épocas históricas como la Revolución Francesa y diversos temas como las intrigas políticas, los enredos amorosos, e incluso a la I Guerra Mundial. También se ilustraba con temas menos trascendentes, como viajes alrededor del mundo, las andanzas de Don Quijote, y en ocasiones se utilizó para impartir lecciones morales y de buen comportamiento, dirigido tanto hacía los adultos como hacía los menores.
Lo que nos permite llegado este punto poder afirmar que este juego, como otros, han sido y son de gran utilidad en el medio educativo, funcionando como estrategias de enseñanza, de tal manera que, el objetivo principal de los mismos es la de incrementar y estimular la enseñanza creativa, constituyendo un modo peculiar de interacción de las personas ante el mundo real.
Reconozco que al llevar a cabo estas memorias con historia he descubierto muchos aspectos y datos que desconocía de mi apreciado juego de la oca y espero y deseo que ustedes lo disfruten al leerlo, tanto como yo lo he hecho al escribirlo.
Y me despido de mis lectores con esta frase más que adecuada para esta ocasión,
“De oca a oca y escribo porque me toca…”.