Carnaval - Lourdes Tordecillas

Es una fiesta que me gusta, son colores, ritmos y músicas que se entremezclan como si fuera una trenza, que cuidadosamente teje los sonidos con los colores; que le añade la música y el ritmo, y que finalmente crea un peinado maravilloso. El de una reina del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife.

Yo desde niña lo llevo viendo, entonces miraba desde la puerta entreabierta del zaguán, de la casa de mi abuela, pasar a grupos de gentes muy animadas, que bajaban por la calle cantando y bailando. Veía comparsas y murgas, agrupaciones líricas y muchos grupos de familias disfrazadas. Un río de gente que se arremolinaba al compás del tambor de la murga, las canciones que protestaban por el mal servicio del transporte, la luz y un largo etc. Como La Murga Ni Fu Ni Fa, con hombres disfrazados de payasos con chaquetas de colores, sombreritos y margaritas en las solapas y las caras, con redondeles blancos en ojos y bocas, y en cada nariz sujeto por un elástico, un buñuelo rojo de cartón, como la pintura al rededor de la boca, que aparte de cantar,
hacían sonar los pitos.

Debía tener unos nueve años y me afanaba en ver todo lo que podía entre la puerta semiabierta trabada con la gruesa cadena del pestillo. Cada vez que oía el fuerte sonido “TUM TUM TUM” y el redoble del tambor salía corriendo por el pasillo hasta ver aquel pedazo de libertad y carnaval, pegando la cara entre el marco de los enormes portalones y aspirando el aire fresco, de los inviernos de entonces; de aquellos meses de febrero en que se celebraba el carnaval, disfrazado de “Fiestas de invierno” esa fue una genialidad con la que lo denominaron, para que el Generalísimo de los Ejércitos, nos dejara en paz y pudiéramos tener nuestra fiesta de carnaval. Eso sí, sin cubrirnos el rostro, salvo en las sociedades particulares que celebraban los bailes de “mascaritas”, como eran las de El Parque Recreativo, un gran recinto donde exponían películas, celebraban fiestas de carnaval y en los amplios jardines con muchos árboles arbustos y bancos de piedra, alguno vio truncado su incipiente romance al saber quién era la doncella con la que había bailado toda la noche. Pues no era otra que una vecina muy mayor, solo de edad, que junto con sus otras dos hermanas, una muy gorda y la otra también mayor y muy delgadita. Se vestían con esmero, ciñendo su cuerpo en largos y sugerentes vestidos de encaje y gasa, tapando su cara con un antifaz y guantes para que sus manos con arrugas no delataran la edad.

Tenían estas buenas mujeres el ánimo y la ilusión por vivir el baile de carnaval abrazadas a los buenos mozos, que se acercaban a sacar a bailar a las damas vestidas de carnaval, con careta de seda que les llegaba desde la cara al cuello, dejando ver el canalillo entre las primorosas blusas de gasa negra y el brillo de los collares de azabache negro. Todo el vestuario era bastante serio, que no era cuestión de llamar la atención y menos de la policía que siempre patrullaba por si alguien tenía un comportamiento indecoroso y tuvieran que llevárselo en la furgoneta, llamada sarcásticamente por el pueblo “La Chivata”.

De las tres señoras solo recuerdo el nombre de la más joven y gorda, “La Nina”, había tenido cuatro hijos y no estaba casada, el barrio lo murmuraba bajando el tono de voz, ¡pero ah! un hijo trabajaba en ¡La Disa!, y eso y su carácter abierto y bromista hacía que le perdonaran su pasado, y ya que todos sus hijos se habían marchado a vivir su vida, hacía que La Nina fuera perdonada y cobrara una respetabilidad recibida con los años.

De las hermanas mayores tan viejecitas nadie echaba cuentas y las buenas señoras disfrutaban de lo lindo conquistando a jóvenes poco conocedores de los ardides femeninos. Y todo esto servía de conversación y regocijo que duraba un año entero, y hasta cajas de bombones y ricas telas de seda les había enviado algún galán entusiasmado con los bailes apretados, que las tres hermanas habían ofrecido con la astucia aprendida de los muchos carnavales saboreados y vividos.

En aquella época, la gente era feliz con poco, y por ello la imaginación era la reina para disfrutar, y también pasar, los tragos amargos, ¡que los había!. Pero en mi mente de niña era una época que venía después de los Reyes Magos y el entusiasmo de ponerme el vestido de hada azul y dorado con el gorro en forma de cucurucho del que salía un velo que me llegaba a la espalda, las zapatillas de raso blancas con purpurina y la barita mágica con una estrella dorada al final, que hacía que mis deseos de libertad se cumpliesen, solo con ir con mis padres a ver y oír a Los Fregolinos, en la Plaza del Príncipe y que además mi padre nos comprara a mi madre y a mí una bella flor invernal, la gardenia de color rosado chicle, que el vendedor ambulante trababa con un alfiler en mi vestido mágico de carnaval.

LETRAS CANARIAS

Paletas y pinceles

Tertulia Tamasma

Desde mi balcón - JOSE LUIS REGOJO

Bailes tradicionales canarios - LUISA CHICO

Miscelánea tradicional - MOISÉS RODRÍGUEZ

Viajando por los versos - ROSA GALDONA

Palabras del alma - BALBINA RIVERO

FRASES Y REFLEXIONES PARA AYER, HOY Y MAÑANA - ALBERTINE DE ORLEANS

Amanece, que no es poco - ANGIE HERNÁNDEZ

Sección infantil: Arcoiris de cuentos - TANIA RAMOS

Gotitas de agua - JOSÉ ACOSTA

La voz de Arico - MARÍA GARCÍA

Memorias con historia - GLORIA LÓPEZ

Lengua viva - PABLO MARTÍN LÓPEZ

Mi cuaderno de danzas - ISA HERNÁNDEZ

Amar el amor - LANGE AGUIAR

El legado de los abuelos - TOÑI ALONSO

Hablando de amigos… - LUIS ALBERTO SERRANO

La magia del teatro - INA MOLINA

Las retahilas de Candi - CÁNDIDA MEDINA

Contando canciones - MATALE AROZENA

Epistolar - INMA FLORES

Piélago - ALEXIS GARCÍA

Artdeser - ESTEBAN RODRÍGUEZ

Novedades literarias

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