En casa, mi prima Loli y mis tres hermanas, ya tenían colgados fuera del armario los disfraces de: aldeana, chica de la tuna y odaliscas, con apenas 9 años, no paraba de fijarme en todos los detalles, subida a un banco me los ponía delante del espejo (con cuidado, eran prestados).
En esa época mi madre las acompañaba a los bailes.
Todas esas cosas fueron semillas y al pasar varios años tres hermanos fueron componentes de comparsas y murgas. Los concursos se hacían en la plaza de toros.
Todo fue un aprendizaje silencioso: ensayos, risas, plumas, canciones, colores…
No me podía resistir y muy pronto busqué revistas y telas para que mi costurera Leonila plasmara mis sueños, no quise pertenecer a ningún grupo, estaba muy delgada y era muy tímida. Luego la vida me llevó a estar con quien no sabía nada del carnaval, pero eso no supuso que no llevara algo alegórico, ya sin la espontaneidad, pero sí con la ilusión y el fruto de aquella semilla.
Ahora es diferente, hay cosas que descubrir, personas que comparten los mismos gustos, hay que lograr que las nuevas generaciones crean en esa buena semilla, puede ser que el aire de la antigua refinería nos hiciese más amantes de las carnestolendas que llegó sin barco ni avión, seguro que la trajo el viento y prendió en los chicharreros esa novelería única.