Todavía hoy resuena en mi cabeza aquella melodía con la que la familia Telerín nos anunciaba a toda una generación que había llegado la hora de irnos a la cama…
Vamos a la cama que hay que descansar.
Para que mañana podamos madrugar.
Para que mañana podamos madrugar…
Desde 1964, año que vieron por primera vez la luz, los pequeños Telerín eran los encargados de avisar, a las siete y media en invierno y a las ocho en verano, que el día televisivo se había acabado para los más pequeños de la casa y por supuesto teníamos que correr prestos a nuestras habitaciones.
Primero los vimos en blanco y negro, y años más tarde, con la esperada llegada de los televisores a color, cobraron una nueva vida como dibujos animados.
Esta peculiar familia compuesta por Cleo, Teté, Maripí, Pelusín, Coletas y Cuquín fueron producto de la imaginación de los hermanos Moro. Santiago, que fue el creativo y gestor y José Luis, el dibujante y animador.
Ambos quisieron mostrar una familia estándar de los años sesenta, cuando en la sociedad española reinaban las familias numerosas y transmitir con aquel mensaje a todos los niños y niñas que se fueran a la cama sin apenas rechistar, facilitando a los padres y madres la ardua tarea de acostarlos.
Por eso se gestó esta gran prole formada por seis hermanos, donde Cleo, la mayor, desempeñaba el papel principal que guiaba con su paso, al resto del grupo, a sus habitaciones.
La melodía la compusieron Máximo Baratas y Antonio Areta y cabe destacar como anécdota que la música proviene de la tonada que Antonio le tocaba a su hijo para que se durmiera, mientras la pegadiza y sencilla letra fue escrita por Santiago Moro.
Como las voces de Cleo y los demás personajes debían ser infantiles, los autores recurrieron a sus propios hijos para que cantasen la canción. Así, se reunieron en el estudio José Ramón Areta, hijo de Antonio; José Juan Baratas, hijo de Máximo Baratas; y dos hijos de José Torregrosa Alcaraz, compositor de la entonces discográfica Philips.
Nunca imaginaron que aquel pequeño video, de apenas un minuto, iba a ser un punto de referencia en la historia de la televisión en España y sobre todo en la memoria de tantas y tantas personas que hoy todavía lo recordamos con mucho cariño.
Fue tal el impacto en la sociedad del momento, que surgió alrededor de aquellos angelicales personajes una gran cantidad de merchandising: muñecos de plástico, relojes, juguetes, cuentos, cromos, postales, calcomanías, etc.
Y cruzando el Atlántico, nuestra pequeña familia llegó a los hogares de El Salvador y de Argentina.
En España finalizó su emisión en los años setenta y aunque posteriormente se fueron modernizando creando series infantiles, largometrajes y nuevos dibujos animados, ninguna caló como la de mi generación, la de blanco y negro. Aquellos tiernos personajes fueron creados con una fisonomía que emanaba calidez, transmitían cordialidad, además que dulcificaban y aportaban simpatía; en especial el pequeño Cuquín, que se hacía un poco el remolón a la hora de retirarse.
Quizás como hermana mayor de una familia numerosa de tantas de aquella época, me vi reflejada en Cleo y con mi pijama de lunares me transporto a aquel pasado, donde mis hermanos y hermanas cumplíamos obedientemente con aquel mensaje que cada noche resonaba en el salón de casa.
“Gracias a sus creadores, por haberme permitido ser una niña Telerín…”
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