Epistolar

Las Palmas de Gran Canaria, a 09 de marzo de 2024

Querida Ana:

Me encantó ese viaje inesperado del mes de febrero, aprovechar esos días libres por el carnaval, e ir a visitarte. 

Gracias por la buena acogida que tuve en tu casa y por lo bien que lo pasamos.

Al llegar a casa todo sigue igual, el mismo trabajo, y ya son más de treinta años madrugando, y para jubilarme aún me quedan más de diez. Parece que el tiempo se me echa encima y no llego, no termino de llegar… Cada vez se hace más cuesta arriba, más cansancio, menos ganas y fuerzas, pero al final cierro los ojos, respiro profundamente, y ¡¡allá voy!!, me digo a mí misma.

Te comenté que había conocido a alguien, Alfredo, a través de las redes, tú misma me viste hablando con él. Ya viste la ilusión que tenía de conocerle en persona cuando llegase a casa, y quizás no te he llamado estos días, además de porque me gusta comunicarme por carta, porque no me apetecía contar lo que había ocurrido, pues aún me dolía.

Quedé con ese “joven” de sesenta años, muy apuesto con su linda sonrisa, una mirada intensa a los ojos, y un montón de cosas lindas que nos dijimos. Nos costó separarnos, nos despedimos más de tres veces, pues nos apetecía seguir charlando, seguir hablando.

Por motivos laborales, la semana siguiente no nos vimos, pero sí estuvimos en contacto muchas veces por whatsaps, principalmente. 

Ya sabes la memoria que suelo tener, y a veces es una desventaja, pues le pillé en varias mentiras: no tenía madre, había fallecido; de repente me habla de ella en presente. Me dijo tener 60 años, aún le quedaban cuatro para jubilarse y a mí más de ocho, pero no… al final resultó tener algo más de 64 y estar a punto de jubilarse. Y tanto que íbamos a compartir, “para siempre”, “toda la vida juntos”, “compartiremos todo”, decía cada día, en especial ésta última.  Cuando descubrí la primera mentira seguí tirando del hilo, y fueron varias, desde su trabajo, hasta sus ingresos (de los que presumió sin yo preguntarle), su edad, su madre sigue viva y coleando…  

Sentí una tristeza enorme. Al final son cosas de él que ni me van ni me vienen, es su privacidad, pero no paro de preguntarme que para qué me mintió. Al final creo que me salieron las cuentas, los alquileres están caros… y lo “compartiríamos todo”.

Ya me voy reponiendo, por eso te escribo. Ya han sido tantas mentiras en esta vida las que me han dicho que llegué al punto de saturación. Quien me miente no me merece, y como me dijo una amiga hace unos días, “los hombres son como las letrinas, o están ocupadas o están sucias”, imagino que ellos pensarán algo similar de nosotras por no estar “a la altura” de esa mujer que espera y que todo lo aguanta, y me alegra el no estarlo.

Bueno amiga, aún sigue el carnaval en el sur de la isla, los disfrutaré el próximo fin de semana y ya te contaré si esta tristeza se fue. 

Hasta la próxima carta. Un besote de tu amiga,

Irene Bulio

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