Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
(…)
Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Miguel Hernández (poeta español)
La poesía siempre ha sido una voz subjetiva. Una presencia del yo que canta y grita y llora y cuenta lo que siente, lo que ama, lo que añora o lo que detesta. La crítica social es una actividad fuertemente ligada a percepciones personales de índole filosófica, moral, religiosa y social desde la Antigüedad. La poesía no es una excepción. Es un deber del escritor “no mirar hacia otro lado”[1]. Todos nosotros nos quejamos de aquello que no nos place o nos molesta, es nuestra naturaleza. En literatura, las Sátiras de Juvenal, escritas en el s. I de nuestra era, constituyen una crítica de la decadente sociedad romana que trata en dieciséis poemas cuestiones como la hipocresía, la servidumbre, las supersticiones o la corrupción, entre otros[2].
La Edad Media nos deja ejemplos como el Cancionero profano de Alfonso X, el Barroco nos deja los Sueños y discursos, de Quevedo. La Ilustración, por su parte, nos deja el Teatro crítico Universal de Feijoo, con su intento de corregir viejas supersticiones, prejuicios y costumbres de la época. El siglo XIX nos ofrece la mirada crítica inigualable de Mariano José de Larra o Espronceda. El siglo XX comienza con los cuestionamientos filosóficos de la Generación del 98, con el rupturismo de las vanguardias, con el rechazo a la razón dieciochesca y al prosaísmo del siglo XIX de la Generación del 27 y los simbolistas. Y luego, la guerra. La guerra y su paréntesis de muerte, miedo y letargo de la cultura.
Tras la pesadilla de la contienda civil, nació la poesía social como tal. Brotó como una necesidad expresiva a raíz de la represión brutal que sufrió la sociedad española tras el enfrentamiento. Hubo en aquellos años una censura de prensa tan estricta (dictada por una ley de 1938) que imponía la revisión censora de cualquier escrito antes de ser publicado. En ese escenario, fue la cultura fue un movimiento conocido como comprometido que se dedicó a denunciar las injusticias del franquismo más férreo. Desde la literatura se manifestaron voces como Gil de Biedma, Blas de Otero, Gloria Fuertes o Miguel Hernández, entre otros. Desde el plano musical no podemos obviar el protagonismo que tuvo la música de Luis Eduardo Aute, Paco Ibáñez, Serrat, Rosa León o Raimon, puesto que consiguieron traspasar nuestras fronteras con su grito contra los desmanes del franquismo. ¿Quién no ha oído la canción de Aute Al alba?
La canción habla en clave metafórica de los últimos fusilados por el franquismo en 1975, dos de ellos pertenecientes a ETA político-militar y tres al Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP). De la misma manera, y volviendo a la literatura, poetas como Dámaso Alonso alzan la voz como un signo de interrogación gigante ante tanta iniquidad e injusticias circundantes:
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?[3]
Estos versos pertenecen al poema Insomnio, incluido en libro Hijos de la ira, considerado un precedente del existencialismo literario. En palabras de su autor se trata de "un libro de protesta escrito cuando en España nadie protestaba. Es un libro de protesta y de indagación. Protesta ¿contra qué? Contra todo... Habíamos pasado por dos hechos de colectiva vesania, que habían quemado muchos años de nuestra vida, uno español y otro universal, y por las consecuencias de ambos. Yo escribí Hijos de la ira -confiesa Dámaso Alonso- lleno de asco ante la estéril injusticia del mundo y la total desilusión de ser hombre. De manera similar. Blas de Otero escribe a grito limpio contra la inutilidad y la rabia de vivir en la náusea del terror:
A la inmensa mayoría
Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos sus versos.
Así es, así fue. Salió una noche
echando espuma por los ojos, ebrio
de amor, huyendo sin saber adónde:
adonde el aire no apestase a muerto.
(…)
horribles peces de metal recorren
las espaldas del mar, de puerto a puerto.
Yo doy todos mis versos por un hombre
en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,
mi última voluntad. Bilbao, a once
de abril, cincuenta y tantos. Blas de Otero.[4]
Cuando el entorno nos asfixia, surge nuestra voz, incluso desde más allá de las palabras y levanta la mano. Exige su catarsis y habla. Es difícil que la poesía no sea un compromiso, del tipo que sea, con lo que uno siente. Galeano protesta contra la sociedad que lo asfixia, contra el sistema:
Los funcionarios, no funcionan.
Los políticos hablan, pero no dicen.
Los votantes votan, pero no eligen.
Los medios de información desinforman.
Los centros de enseñanza, enseñan a ignorar.
Los jueces, condenan a las víctimas.
Los militares están en guerra contra sus compatriotas.
Los policías no combaten los crímenes, porque están
ocupados en cometerlos.
Las bancarrotas se socializan, las ganancias se
privatizan.
Es más libre el dinero que la gente.
La gente, está al servicio de las cosas[5].
Así, frente a aquello que no nos deja indiferentes porque no nos deja ser, hay que alzar la voz. Alzarla hasta la extenuación, si hace falta. Pues, como dijo Álvaro Mutis:” Que te acoja la muerte/con todos tus sueños intactos[6].
Dame un unicornio oxidado
y mataré los mohos de lo cotidiano.
Dame una melodía de jazz en clave de sol matutino
y ahorcaré a los hijos pestilentes de la mediocridad.
Dame una cuerda dúctil de chelo
y la canción de tus sueños
te será concedida aun naciendo
en el ojo grave del huracán.
Dame un átomo de polvo de hadas
y el mundo de las gentes buenas
hervirá en la marmita de mi conjuro
hasta retoñar
como rama virgen
en los ojos redondos y transparentes
de la niña de la esquina.
Dame un unicornio viejo, aburrido y oxidado
y verás cómo aniquilo todos los mohos
de lo cotidiano.
©Rosa Galdona
Ayer me contó la conciencia
que hay niños hambrientos
implorando por los portales.
Que hay hombres sin techo,
mujeres sin cara y sin voz,
sueños ahorcados por la injusticia.
Anoche lloró mi vergüenza
por la desidia humana
que amortaja a las niñas de alquiler.
Cada día da patadas mi impotencia
ante los grilletes que asfixian la ilusión humana.
Y la desnucan. Y la asesinan impunemente
ante la indolencia de quien ya no quiere
ni creer ni luchar.
©Rosa Galdona.
Detrás del burka respira una mujer.
Una hembra nacida y adiestrada para existir
en su calabozo de tela,
diminuto e infinito.
Ella es atrofia de vida y mutismo de tiempos.
Ella es sexo ajusticiado y útero útil,
y aliento de pánicos ahogados en sus propios fluidos.
Ella es obediencia de ancestros y sumisión subyugada
en nombre del hombre y del dios.
Detrás de cada burka respira una mujer
Espoleada y clavada a su cárcel de cachemir.
En nombre del hombre y del dios.
©Rosa Galdona
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[1] Jorge Riechmann establece en su poética que el escritor tiene la obligación de decidir qué hacer ante una realidad concreta (Una morada en el aire, Barcelona, El Viejo Topo, 2003).
[2] En la actualidad se considera esta obra de Juvenal uno de los ejemplos más antiguos de literatura de protesta.
[3] Alonso, Dámaso, Hijos de la ira, 1944.
[4] Blas de Otero: Pido la paz y la palabra, (1955).
[5] Eduardo Galeano, incluido en su libro Días y noches de amor y guerra.
[6] Álvaro Mutis, poema Amén de su libro Los trabajos perdidos.