Ya llego el carnaval, hoy es.
Fiesta, alegría, disfraces, murgas, comparsas, carrozas y espectaculares cabalgatas al ritmo de la música.
Ese día Sandra y su amiga Jessica, quedaron para disfrutar de un día de carnaval, Mario, el esposo de Sandra “odia el carnaval”.
-Que fastidio, me voy con mis amigos a jugar al póker, llegaré tarde.
Por un instante sus ojos se llenaron de lágrimas, indecisa se acercó al armario, desenvolviendo su disfraz, se lo puso, se miró al espejo, se encontró guapa, radiante, atractiva, deseable.
Por un momento pensó, debo salir y olvidarme de este estado de enamoramiento exagerado, de esta dependencia desmesurada.
Jessica y Sandra llegaron a la fiesta, donde multitud de personas se acercan todos los años para vivirla, no existe límite, solo una obligación: divertirse. Sandra, prevista de un sugestivo antifaz como camuflaje, determinó ser ella misma, y actuar sin vergüenza ninguna.
Vio en la esquina de un bar a Mario, su esposo, el corazón le latió con fuerza, como si se le hubiese a salir, se apoyó en la pared para no caerse, le temblaba todo el cuerpo.
Sacó valentía suficiente para acercarse a él, le pregunto en un susurro: "Hola, ¿estás solo?". "No, si estoy contigo mascarita", contestó Mario.
Esa noche fue mágica, palabras dulces, tiernas caricias, ella se dejó llevar por sus sentimientos más recónditos, y tanto tiempo reprimidos.
De madrugada Sandra y su amiga Jessica, decidieron retirarse, desaparecieron sin despedirse.
A la mañana siguiente entró su esposo a la cocina y al verla con el delantal y esas zapatillas deshilachadas le espetó: "¿Sabes? Lucias mejor anoche, tu antifaz no te cubre lo suficiente. ¿Cómo te lo digo? ¡Ah, y otra cosa, cambia de perfume de una vez!