Hacemos un alto en nuestro periplo por los orígenes y la evolución del teatro, dado que hoy quiero dedicar mi atención a la celebración del Día Mundial del Teatro que se ha celebrado el pasado 27 de marzo.
La primera cuestión sería, por qué y desde cuándo se celebra esta efeméride. Pues bien, se debe a que el Instituto Internacional del Teatro (ITI) que es la mayor organización de artes escénicas del mundo, fundada en 1948 por profesionales del teatro y la danza, vio la necesidad de que existiera una fecha común, en la que con carácter global, se diera a conocer lo que significa la dramaturgia para la cultura a nivel mundial.
Se celebra el 27 de marzo en conmemoración de la apertura de la temporada 1962 del Teatro de las Naciones en París, evento que simbolizó el espíritu de colaboración y unidad en las artes escénicas.
El primer Mensaje Internacional del Día Mundial del teatro fue el discurso que pronunció el poeta, dramaturgo y cineasta francés Jean Cocteau.
Desde ese momento, y con carácter anual, se celebra la conmemoración mundial de las artes escénicas cada 27 de marzo, con eventos nacionales e internacionales y el ITI invita a una figura internacional de renombre a compartir sus reflexiones sobre el teatro.
Algunos de los nombres famosos que lo han hecho son: Arthur Miller, Laurence Olivier, Pablo Neruda, Richard Burton, Antonio Gala, Humberto Orsini, John Malkovich y Darío Fo.
Este año le ha correspondido el honor de redactar este mensaje para concienciar sobre la importancia del arte teatral, al dramaturgo y escritor noruego Jon Fosse, ganador del Premio Nobel de Literatura 2023.
Su texto me parece exquisito, pero además hace hincapié en la igualdad; en la tolerancia de la diferencia, viendo a esta como fuente de riqueza; en la universalidad del arte; en la relación del arte con la paz, llegando incluso a concluir que ambos conceptos son lo mismo.
En estos momentos convulsos en los que el mundo atraviesa terribles y execrables conflictos bélicos, me parece muy oportuno que la cultura, el arte, y la educación, así como las personas que las apoyamos, nos situemos del lado de la cordura. Por este motivo me parece acertado reproducir íntegra y debidamente entrecomillado el discurso de Fosse:
«Cada persona es única y, al mismo tiempo, como todas las demás. La apariencia se puede ver, es cierto, pero también hay algo dentro de cada persona que le pertenece, que la hace única. Podemos llamarlo alma o espíritu, o bien, podríamos no ponerle palabras, simplemente dejar que esté ahí.
Al mismo tiempo que somos diferentes, también somos iguales. Las personas de todo el mundo somos fundamentalmente iguales, sin importar qué lengua hablemos, qué color de piel o de cabello tengamos.
Quizás esto sea una especie de paradoja: que somos completamente iguales y diferentes al mismo tiempo. Tal vez una persona es paradójica en su conexión entre el cuerpo y el espíritu, entre lo terrenal y tangible y lo que trasciende los límites materiales y terrenales.
El arte, el buen arte, consigue a su manera y de forma fabulosa reunir lo absolutamente único con lo universal. Nos permite entender la diferencia entre lo extraño y lo universal. Al hacerlo, el arte trasciende las fronteras de los lenguajes y los límites geográficos. Reúne, no solo las cualidades individuales, sino también las características de un grupo de personas, por ejemplo, las naciones.
El arte no se expresa provocando que todo sea igual, por el contrario, nos muestra nuestras diferencias, aquello que es ajeno o extraño. Todo buen arte contiene precisamente eso: algo extraño, algo que no podemos comprender completamente y que, sin embargo, entendemos de cierto modo. Contiene lo enigmático, algo que nos fascina y, por lo tanto, nos lleva más allá de nuestros límites y así crea la trascendencia que todo arte debe contener y a la cual conducirnos.
No se me ocurre una mejor manera de unir los opuestos. Es exactamente el enfoque inverso al de los conflictos violentos que vemos a menudo en el mundo, que alimentan la tentación destructiva de aniquilar todo lo extraño, todo lo único y diferente, comúnmente utilizando los inventos más inhumanos que la tecnología ha puesto a nuestra disposición. Hay terrorismo en este mundo. Hay guerra, puesto que la gente tiene un lado animal que lo lleva a ver lo extraño como una amenaza a su propia existencia, en lugar de ver el fascinante enigma que eso representa.
Y entonces lo único, lo diferente que es universalmente comprensible, desaparece. Dejando atrás una semejanza colectiva donde todo lo diferente es una amenaza que debe ser erradicada. Lo que vemos desde fuera, se ve como desigualdad; por ejemplo, las religiones o ideologías políticas se convierten en algo que debe ser derrotado y destruido.
La guerra es la batalla contra lo que yace en lo más profundo de cada uno de nosotros: lo único. Y es una batalla contra todo arte, contra la esencia más íntima de todo arte.
He hablado del arte en general, no del arte teatral en particular, esto se debe a que todo buen arte, en el fondo, gira en torno a lo mismo: tomar lo singular y específico para hacerlo universal. Articula en su expresión artística aquello único con lo universal: no eliminando lo singular, sino enfatizándolo; dejando que lo extraño y lo desconocido brille claramente.
Es tan simple como que la guerra y el arte son opuestos, que la guerra y la paz son opuestos. El arte es paz». Este mensaje, como en anteriores ediciones, tiene una enorme repercusión, pues se traduce a más de 50 idiomas y se comparte ampliamente en teatros, escuelas y medios de comunicación.