Cuando encontramos asientos de enterramiento, no siempre, pero muy a menudo, nos sorprenden con datos un poco curiosos.
El ayuntamiento viejo de Candelaria, lugar conocido como el Barranco, ya que desembocaba el barranco de cumbre en la misma plaza.
Los libros de enterramientos de la parroquia de Santa Ana, depositados en el Archivo Diocesano de San Cristóbal de La Laguna, contienen en el libro n.º 5 los registros que va desde el 9 de enero de 1895 hasta el 17 de agosto de 1929, está con acceso restringido en los últimos años registrados, por la ley de protección de datos. Pues bien, a veces nos sorprende y descubrimos una vida entera entre sus letras, este es el caso que nos ocupa. Hemos descubierto al portero del Ayuntamiento de Candelaria.
D. Manuel Sabina y Perera, tuvo sepultura en este pueblo de Candelaria, el 25 de abril de 1895. En el registro de este acontecimiento en el libro de Entierros de la Parroquia de Santa Ana, extraemos los siguientes datos.
Portero del Ayuntamiento del referido pueblo, contaba con 70 años de edad. Viudo de Mª Antonia Nóbrega y Fariña, que se casaron en la parroquia de Santa Ana.
Sus padres: Juan José Sabina, que era hijo de Ángel Rodríguez Sabina y Gertrudis de Baute y María Josefa Perera, hija de Joaquín Perera y María Josefa Baute, casaron en el año 1822. Tuvieron, además de Manuel, tres hijos más: Juan José que nació en 1823, Félix en 1828 e Isabel Joaquina en 1831.
Falleció ayer día 24 de abril de 1895 de irritación intestinal, no otorgó testamento, dejó 4 hijos.: Matilde, casada con Santiago Marrero
Fermín, casado con Magdalena Nóbrega y Sabina
Rosa, casada con Manuel González y Zenona soltera.
Testigos los referidos: Santiago Marrero y Manuel González, que eran sus yernos.
Con estos datos arrancamos una búsqueda que va más allá de una simple casualidad, mientras perdíamos las horas entre libros viejos, de escritura difícil de entender.
Ahora nos toca buscar el casamiento de sus hijos, la defunción de alguno de ellos para así saber cuántos nietos tuvo, y si nacieron antes que él muriera. Y seguir hacia atrás en el tiempo para averiguar cuántas cosas más quisiéramos saber, para armar la vida de este hombre que un día fue el portero del ayuntamiento de nuestro pueblo.
Aunque algunos le pueda parecer, a primera impresión, algo desagradable. Las visitas a cementerios sin otra intención que pasear entre los nombres de antepasados, que un día formaron la historia de los pueblos, y que con todo el respeto que se merece su memoria es una manera más de rellenar los árboles genealógicos.
No siempre nuestros parientes mayores nos trasladan todo lo que saben de nuestros familiares. En algunas ocasiones se olvida mencionar a miembros de nuestra familia, y no con mala intención, simplemente porque murieron de niños, porque no tenían contacto con ellos, o porque llegado un momento en nuestra vida, hay recuerdos que se desvanecen.
Para eso está la investigación genealógica personal. Para eso está la necesidad de arrancar del olvido a personas que, aunque ya no están con nosotros, sí formaron parte de nuestro pasado.
Si les gustó este artículo pueden leer el anterior en: El apellido Sabina en Candelaria.