La orilla blanca, la orilla negra.

Se fue de su casa con una mochila llena de preguntas, pero vacía de respuestas.

Nadie le dijo el porqué y para qué. La guerra… ¡Voy a la guerra!

Y se sentía mayor. Como agarrando el mundo con sus manos. Mas, al mismo tiempo, siempre las preguntas saltaban ansiosas, pintando en su corazón un desasosiego que le producía dolor.

No quería saber, pero casi lo sabía; existía una lucha entre la osadía y el miedo a experimentar un mundo desconocido.

Lo que más le frenaba era el llanto silencioso y desconsolado de su madre y el ceño fruncido de preocupación de su padre. Nunca se planteó que quizás no volvería verlos.

Tal vez fuera casi como ir a un campamento. Se sentía solo. Temía que llegara el momento.

Al principio solo en ocasiones escuchaba el ruido lejano, acompañado por las lenguas centelleantes  ocasionadas por  las bombas y los misiles. Y entonces deseaba  no  ser envuelto nunca por el manto temible y temido de la guerra.

Le dijeron que iba a defender a la patria… ¿Pero qué patria, si mi patria son los míos, mi familia, mis amigos e incluso los conocidos?

Como en los campamentos de verano hizo amigos que poco a poco fueron engullidos por los estruendos y los fogonazos. Fueron desapareciendo. A menudo se preguntó si a él le ocurriría lo mismo.

En el campo de batalla, en ocasiones, vio a los que llamaban enemigos allá en la lejanía entre estampidos y gritos de dolor. Al verlos, cayó en la cuenta de que eran como él y que seguramente se estarían haciendo las mismas preguntas. Es así y en esos momentos cuando sintió una conexión misteriosa con ellos, como si un hilo que traspasará fronteras los envolviera todos en un mismo ovillo.

Sintió ganas de correr y huir de todo aquel sinsentido, pero no quería parecer un cobarde. ¿Qué pensaría su padre?

Estaba en estos pensamientos cuando sintió un dolor agudo en el pecho y que a través de él se le escapaba la vida. Sus ojos miraron alrededor y todo lo que percibió fue un mundo caótico, lleno de cuerpos que se arrastraban, entre otros, inanimados, como figuras céreas que adornaban un espectáculo que hoy la vida les presentaba

Todo estaba oscuro y tenía frío.

De pronto surgieron las respuestas, sus respuestas; las que buscaba y no encontraba.

En el último momento, sintió deseos de estrecharle la mano a su enemigo que ya casi era un conocido. Entonces abrazó a su padre con el corazón, acarició la mejilla de su madre y pidiendo perdón al mundo, cerró los ojos ya casi sin luz y apretó en su mano la medalla que colgaba de su pecho.

Fue consciente de que se elevaba y observó desde lo alto, con una mirada eterna, los campos y las trincheras llenos de flores rojas, brotando de las semillas malditas de las balas que se cruzaban silbándole al viento. Eran las primeras flores en sus tumbas.

En otro lugar más alejado, una mujer siente en su corazón que ya no verá más a su hijo.

La orilla blanca, la orilla negra… En estas situaciones de conflictos bélicos, todas las orillas son negras. Nadie gana. Todos perdemos.

Al escuchar esta canción, mis sentimientos y mi corazón, se han adentrado como nunca en el centro mismo de una batalla y me han ayudado, como si me hubiera introducido en sus cuerpos y sus mentes, a comprender la desesperanza y la decepción de los actores de este drama. Me lo han hecho sentir más que todas las imágenes que a diario vemos en los medios de comunicación. También ella, la canción, me trae a la memoria una reflexión del poeta, ensayista y filósofo Paul Valéry:

“La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen para provecho de gentes que sí se conocen, pero no se masacran”

NO HEMOS APRENDIDO NADA.

Esta canción presentada al festival de San Remo en 1971 fue interpretada por Iva Zanicchi, en el que obtuvo un segundo puesto. Son sus autores Eros Sciorilli (música) y Alberto Testa (letra). El primero, director de orquesta y amante de la música napolitana y el segundo, escritor y letrista, que describió con una hermosa prosa poética todo el horror de la guerra.

A continuación os dejo tres enlaces de esta misma, el primero es una interpretación de Iva Zanicchi, el segundo, un arreglo coral interpretado por el Coro de los Italianos y el tercero, una interpretación de Maribel Moreno que con su voz tan especial cala muy hondo.


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