La belleza ha sido una cuestión abordada ya por los primeros grandes filósofos y es por ello que he querido reflexionar sobre lo leído y sentido a tal respecto, pues hubo un momento en el que me pregunté sobre ella y mis conclusiones fueron, entre otras, que no reside exclusivamente en lo mirado, sino que es una combinación personal, única e intransferible, con la mirada y, por tanto, sujeta a la sensibilidad y preferencias del que la mira; es, por tanto, consecuencia del sumatorio de la mirada con lo mirado y, por tanto, la belleza está sujeta a aspectos culturales y personales y como consecuencias es tan diversa como miradas se tengan sobre aquello que se considera bello.
No queda ahí la cosa, sino que a nivel antropológico y dependiendo de las culturas se considera menos o más bello, bien sea la que emana de un humano, de cualquier otro elemento de la naturaleza o de una creación artística. Cada cultura, por tanto, tiene unos parámetros de medida a tal respecto y dentro de ella está el otro elemento, la mirada personal de cada observante. Es por ello que la belleza no puede ser considerada un universal antropológico y sí una cuestión sujeta a diferentes factores evaluativos. A consecuencia de lo expuesto nos percatamos del valor diverso que tiene la belleza en las familias o en los enamorados, en los críticos literarios o artísticos, en los certámenes de belleza o en las relaciones de amistad. En general, para una madre sus hijos son bellísimos o para elegir a una pareja hay un cierto grado de atracción en el que juega un importante papel la belleza, pero en estos casos, muy posiblemente, no se trate de belleza física y sí belleza espiritual o de cercanía y afectos o pudiera ser un sumatorio de todas ellas. Podríamos seguir escribiendo sobre la belleza, pero creo que es suficiente para que, al menos, podamos reflexionar sobre tal cuestión.
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